Relato corto: Sin Tenernos de Kassfinol

Relato corto sin tenernos de kassfinol

Título: Sin Tenernos

Autora: Kassfinol

Todos los derechos reservados

Género: Romance y fantasía


Chantal es una joven dinámica, humanista, preocupada por los demás y muy decidida. Su vida dará un vuelco cuando la persona que más aprecia le diga cuál es su propósito de vida.

Ella deberá tomar una decisión, si continuar en esta vida o desistir; en cualquiera de ambos casos amar a esa persona que tanto anhela no estará en sus posibilidades; por eso en esta vida deberá actuar diferente… para que el resultado sea distinto, si no tendrá que aprender a vivir sin él por siempre.


Ahí estaba ella, siempre servicial, pensando en los demás. En esta época navideña Chantal siempre organizaba reuniones donde vendía comida o recogía ropa usada para obtener dinero y ayudar a los más necesitados. Era una manera de sentirse bien con la sociedad, con eso aportaba un poco de felicidad a los menos afortunados. Una tradición familiar que hacía desde que tenía uso de razón, y que cuando sus padres murieron, ella decidió continuar.

—Sería de gran ayuda si esto lo hiciera con alguien más. ¿Dónde estará mi amigo que siempre me ayuda? —suspiró, recogiéndose su larga cabellera castaña. Era imposible no quedarse anonadado viéndola, sus cejas bien pobladas un poco más oscuras que su cabello, ojos de un azul entre oscuro y claro, pómulos prominentes y rosados, labios carnosos casi siempre pintados de un rosa claro, y dientes no muy perfectos, pero blancos y bien cuidados; una joven de unos veintiséis años, no muy atlética, pero era más delgada que el resto, en estos momentos todos descuidaban su figura para comer y amanecer ingiriendo bebidas. La época más feliz del año, eso nadie lo ponía en duda.

—Creo que necesitas de mí —le contestó un hombre, sonriendo y Chantal dio un brinco, porque no lo escuchó acercarse.

—¡Ernesto! ¡Qué felicidad siento al verte aquí! ¡Qué alegría! —sus palabras siempre eran un incentivo para él, disfrutaba del sonido de su voz, de la tranquilidad que emanaba, de la mujer que era. Se había vuelto una necesidad verla y cada vez más, se le hacía difícil pasar tanto tiempo sin tenerla cerca.

—Tiempo sin verte, espero no haber llegado tarde —la sonrisa fue amplia. Chantal, siempre disfrutaba de su presencia y su rico olor a canela y miel, no entendía cómo un hombre trigueño, tan varonil, con esa melena un poco larga y negra e intensos ojos marrones oscuros, no usara perfume, y al final emanara ese olor tan comestible. Muchas veces debía decirse a sí misma que él no era comida.

Ella negó con la cabeza, sonriendo, mirando hacia el suelo. Él la desconcertaba, de hecho, ansiaba desde hacía dos días verlo, siempre lo veía el dieciséis de diciembre, cuando empezaba a recolectar la ropa, ya que cinco días después, hacía el bazar para vender comida y así poder entregar todo el dinero y ropa al refugio cercano a su casa.

—Para ayudarme hoy… ¡sí llegas tarde! Mejor, vamos, empecemos a doblar y separar toda esta ropa, ya luego tendremos tiempo para conversar, debemos salir en el automóvil a buscar más; esta vez llegaste con dos días de retraso ¿te vas dos días después?

La pregunta le tomó desprevenido, no sabía qué responder. Ella nunca había sido tan directa, en ese tema.

—Si quieres que me quede un poco más, haré lo posible —Ernesto le sonrió, separando sus labios carnosos y dejando ver su perfecta dentadura. Es que el hombre era como sacado de una revista.

Por mucho que Chantal siempre había odiado los prototipos de modelos por las que todas babeaban, ya que ella siempre decía que eso de la belleza se acababa con el pasar del tiempo, que prefería los hombres sensibles y con algo de cerebro, Ernesto era la excepción de la regla, tenía quince largos años viéndolo para estas fechas, siempre la ayudaba, sin pedir nada a cambio, y para su asombro parecía siempre tener la misma bella y sensual apariencia. Por el contrario, parecía ponerse más hermoso con el pasar de los años. Cuando tenía entre los catorce y dieciocho años, sentía vergüenza de sí misma de estar babeando por un hombre mucho mayor que ella, entre los diecinueve hasta los veinticinco tuvo un novio, que entre la costumbre y ganas de olvidar a su eterno enamorado, aguantó un sinfín de maltratos y situaciones deprimentes. Ahora con veintiséis años estaba sola, pero deseaba de una buena vez poder intentarlo con su amigo.

—Ok, luego conversamos, tenemos mucho que hacer.

Como siempre, el día fue largo, visitaron muchas casas, las personas eran amables, pero a veces ni se inmutaban en cuanto decían que era para ayudar a otros. Chantal sentía mucha rabia de ver cómo las personas podían ser tan mezquinas e insensibles ante la necesidad de los demás.

—Cambia esa cara, vas arrugarte si sigues manteniendo ese ceño fruncido —el tono de burla, le hizo soltar una sonrisa.

—Me indigna ver como son, no les importa más que ellos mismos, muy a pesar de que ¡mira! —Chantal señalaba una gran casa, por encima se veían que los que allí vivían tenían mucho dinero— ellos dijeron que no tenían nada que regalar, esa era una gran y asquerosa mentira.

—Más adelante conseguiremos personas más humildes y estoy seguro que sí tendrán que dar, eso es lo importante.

Chantal asintió y metió dos bolsas más de ropa en el automóvil.

—Creo que ya no cabe nada más —bajó y subió los hombros, se quejaba de la gente que no daba por el simple hecho de no buscar o de tomarse cinco minutos, pero cualquiera se podía quejar de ella por querer siempre dar más.

—Es hora de ir a tu casa a organizar todo esto. Aunque siento hambre ¿podemos ir a comer primero? Yo invito —Ernesto la tomó de la mano sin darse cuenta, sin pensarlo, y logró ver cómo su amiga se sonrojaba. Ante el hecho se alejó, y caminó hacia el puesto del copiloto.

Chantal sintió que se detuvo el tiempo, no sabía qué hacer, por varios años había deseado eso, pero ahora que ocurría, ahí estaba, inmóvil, petrificada, confundida.

—Hey, te van a salir raíces parada allí —llamó Ernesto, no tenía que verle la cara para saber que estaba sonriendo. Eso la hizo reaccionar, así que caminó y se dirigió al automóvil, un Aveo blanco del año dos mil trece. Ella adoraba ese color.

—¿Qué fue aquel acercamiento? —Chantal no era de esas mujeres que evadía los acontecimientos, una vez que tomaba una decisión, ella había decidido afrontar lo que sentía por su amigo y seguiría con el plan, además sintió que no era primera vez que él se acercaba tanto a ella. La sensación fue extraña porque sí era primera vez que eso ocurría.

—Disculpa si te falté el respeto, no era mi intención —Ernesto, no deseaba empeorar la situación, lo que acababa de hacer era inaudito, él no debía acercarse tanto a ella, y estaba faltando.

—No lo dije por eso, en realidad me agradó.

Ante esas palabras, Ernesto se sintió muy feliz, pero desde este momento le quedaba poco tiempo a su lado.

*****

Chantal se sentía bastante extraña, porque su amigo no decía palabra alguna. Ella incómoda prefirió también guardar silencio. Llegaron a la pizzería que estaba cerca de su lugar de residencia. Ernesto siempre que venía a su ciudad alquilaba la casa que estaba diagonal a la suya. Así que, de ahí, se irían a su garaje para organizar la ropa luego él podría irse caminando, sin problema.

—¿Doble queso con maíz como siempre?

Él solo asintió, era como si no pudiera hablar.

—Oye, deja lo maleducado. Puedes al menos responder, y tranquilo, estoy segura que no tengo lepra, no te contagiarás de nada.

Ernesto necesitaba lápiz y papel, porque en ese momento no podía hablar, sino se daría cuenta de dónde él estaba y eso era lo último que quería. Necesitaba hacer que ella pidiera estar con él y si no lo lograba en los siguientes minutos, lo más probable era que no la pudiera ver por muchos años.

En respuesta se salió del automóvil, cerró la puerta detrás de sí, y caminó hacia donde ella estaba aún sentada, expectante, extrañada de lo que él hacía. Ernesto abrió la puerta y sacó por un brazo a Chantal. Ella no se resistió. Solo se dejó llevar.

Él se acercó con delicadeza, pero sin perder el tiempo, esos segundos tan preciados que no le sobraban al joven. La miró a los ojos y no pudo evitar perderse en ellos, así como acostumbraba a hacer cada vez que la tenía cerca. Esta vez se le hizo muy fácil percibir su perfume, una liga entre flor de azahar del naranjo, durazno, caña de azúcar y pimienta. Luego de acariciarle la mejilla y suspirar; la besó con mucha delicadeza. Por años se lo imaginó, una y otra vez, pero su timidez, las condiciones en la que estaba y el simple hecho de que él no tenía permitido hacer nada parecido le habían retenido para que actuara. El beso pareció durar una eternidad, en ese momento ella ya tenía una de las manos en su cintura y otra en su corazón, es que ella no cambiaba, seguía siendo la de siempre.

Dos segundos después, por la mente de Chantal empezaron a pasar un sinfín de imágenes de ellos juntos, en diferentes épocas, con distintas vestimentas, en muchos lugares, y él la besaba igual, con la misma pasión; y ella sentía las mismas ganas, el mismo sentimiento, era como si dentro de ella algo se hubiera despertado, y no solamente esa memoria que no tenía ni idea que existía.

Cuando se separaron ella tenía una sonrisa enorme en el rostro, y sus ojos brillaban de felicidad. Se le hizo imposible evitar suspirar y soltar una sonrisa tonta, para entonces estaba sonrojada, pero al menos lo había besado y ella no debió tomar la iniciativa. Ahora sabía muchas cosas, aunque no entendía nada… pero se sentía feliz.

—Creo que es hora de que tú y yo nos larguemos de aquí —un tipo que pareció aparecer de la nada, le hablaba a Ernesto con mala cara, y lo tenía agarrado de un brazo.

—¡Hey! ¿Quién eres? ¿Qué haces? ¡No te lo lleves! Necesito que él esté aquí.

Las palabras fueron como melodía para sus oídos, ella había dicho las palabras correctas. Y por eso podría quedarse con ella.

—Amigo, lo siento, ya escuchaste a la chica, necesita que me quede con ella —Ernesto se sentía satisfecho, eso le hacía ganar un poco más de tiempo.

El hombre bastante alto de un metro noventa, cabello largo, ojos cafés, cejas muy pobladas y rostro bien varonil, lo miraba con mala cara, aunque cuando se enfocó en ella, le sonrió y hasta quiso tocarle el rostro, pero Ernesto le dio un manotazo.

—¡Hey! Es mía, bien lo sabes —regañó, en respuesta el hombre lo empujó con rostro molesto para luego darse la espalda y salir caminando lejos de ellos sin decir una sola palabra.

—¿Qué fue eso? ¿Qué es lo qué paso? ¿Por qué te expresaste así?

—En su momento lo sabrás, gracias por decirle que me necesitabas contigo, si no tendría que haberme ido con él.

—Sigo sin entender, y entre más me explicas menos entiendo. Empieza por decirme ¿qué te pasa? ¿Quién era ese tipo? Porque me di cuenta de que apareció de la nada, soy despistada, pero no tonta. Explícame tengo toda la noche para ti… luego que me digas con lujos de detalles todo, te voy a contar algo que aún estoy intentando razonar.

Chantal estaba absorta por todo lo que había visto, sentía de todo dentro de ella, pero las cosas no encajaban. Había un vacío que no entendía.

—¿Recordaste algo? —su rostro era de completa emoción y felicidad.

—Mira Ernesto, que me expliques, ya luego hablamos de lo que yo pienso.

No se resistió, la tuvo que volver a besar. Y ella cayó de nuevo en su intensa caricia, los recuerdos llegaron de golpe, aunque esta vez se veía corriendo y siendo asesinada por un hombre al que no logró verle el rostro. De la impresión y susto, dio dos pasos hacia atrás con brusquedad y empujó a su compañero gritando aterrada, lo vio todo tan real. La gente que pasaba a su alrededor se le quedó mirando de manera extraña.

—Mi amor, sí, ya sé debo explicarte, por favor no te vayas.

—¿Qué eres? No, ya va… ¿Qué somos? ¡Me vi morir, por Dios… alguien me asesinaba! ¿Por qué me pasa esto? ¿Qué me ocurre?

—Confía en mí por favor, no te asustes, no te volveré a besar, no quiero que recuerdes nada desagradable.

—Debiste empezar por eso… —Chantal caminó hacia el automóvil, necesitaba sentarse, las piernas no le reaccionaban. Todo en su cabeza había sido como una película— Tienes cinco minutos para decirme ¿qué está pasando? Si no a la última persona que querré tener cerca será a ti —una punzada de dolor la sintió en el pecho, sonaban más realistas en su cabeza, pero al mencionar esas palabras, una tristeza al invadió.

¿Por Dios, qué me ocurre? —pensó angustiada.

—No me digas eso por favor y tampoco en voz alta, no te gustará que me lleven y jamás saber de mí.

—Ajá, entiendo. Espero por ti, explícame.

—Soy un duende que solo puede materializarse en épocas navideñas, es por eso que solo nos vemos en estas fechas.

—El concepto de duende es bien distinto en mi mente, los hacía de un metro y medio menos altos, y algo feos y desaliñados.

—No, no somos así, de hecho, nuestra apariencia cambia, depende de a quién deseemos ayudar, es normal que nos convirtamos en el ideal del otro ser vivo, con la intención de resultar agradable a la vista y que existan menos posibilidades de rechazo.

—¿Ok, entonces tú eres mi ideal? —se burló mirándolo de pies a cabeza, ya que él estaba de pie a su lado.

—Soy muy inteligente, lo demás considéralo el regalo de Navidad a tu vista.

—Ohhh, y hasta eres gracioso, sí tienes razón lo eres, continúa.

—Nos queremos desde hace siglos, es solo que tenemos un pequeño problema.

—¿Hace siglos? Solo tengo veintiséis años, ¿de qué me hablas? Eso es imposible.

—No lo es, eres un duende al igual que yo, es solo que tú decidiste hace muchos años atrás ser humana y yo te enseñé cómo hacerlo, una práctica prohibida desde hace mucho tiempo en nuestra raza, por eso tú eres como eres, compasiva, que ayudas a los demás, amable, crédula y defensora de los derechos de los más necesitados, así somos nosotros, no todos los humanos son como tú. Muy pocos los son y ellos en un principio fueron duendes, hasta que decidieron ser humanos; una vez que mueren, reencarnan y lo seguirán haciendo, hasta que logren romper con las cadenas que lo atan a este mundo.

—Si eso es cierto, tú también eres un reencarnado.

—No, yo soy solo un duende materializado. Tú no, tú eres una reencarnada ¿no escuchaste lo que te dije antes?

—Solo corroboro, es demasiada información. Ahora explícame ¿qué me ata a este mundo? Que por cierto es bastante desagradable, aunque tiene ciertas cosas hermosas que me encanta disfrutar.

—Por eso querías ser humana, para sentir, hay ciertas cosas que no nos son permitidas como duendes, los humanos son la raza con más privilegios que existe, muy a pesar de todas sus desgracias.

—Entiendo, quise ser humana para sentir cosas diferentes, no te lo voy a refutar o a llevarte la contraria, eso parece algo decidido por mí.

—Es que eres la versión en espíritu o esencia más cercana a tu primer yo, eres lo más parecido a lo que eras antes de decidir reencarnar, por eso es que estoy aquí, por eso te visito desde que eras una niña, por eso te besé.

—Cambiemos de tema, a lo que me interesa, esto se está poniendo algo vergonzoso… dime… ¿qué me ata? ¿Por qué cuando te besé sentí todo aquello? ¿Por qué vi todo eso? Parecían recuerdos.

 —Nuestro acercamiento, siempre te provoca esos recuerdos, si no te hubiera besado, lo habrías soñado luego de mi contacto, pero al tener ese acercamiento tan íntimo, los recuerdos te llegaron de golpe. Aunque debo admitir que esta vez te lo has tomado más relajada.

—¿Esta vez?

—Sí, esta conversación la hemos tenido varias veces. Las primeras ocasiones, jamás lo creíste, otras oportunidades te volviste loca, en unas corriste y hasta accidentes tuviste, en otras estabas casada y hasta órdenes de alejamiento me pusiste… la verdad esta es la segunda vez que actúas tan comprensiva, y sin tanto escándalo… eres mi Caris, lo más afín a ella.

—¿Caris? —el ceño marcado de Chantal era inocultable.

—Sí, ese era tu verdadero nombre, el de duende.

—Lo comprendo, y ahora… ¿qué debemos hacer, por qué siento esta tranquilidad? ¿Por qué me dices todo eso y no siento que me estoy volviendo loca? ¿Por qué presiento que te queda poco tiempo conmigo?

La sonrisa de Ernesto fue enorme y le tocó la mejilla en un gesto amable.

—Es que esa es la verdad, yo puedo verte todas las vidas que tengas, en cuanto naces y percibo dónde estás, puedo ir por ti y observarte, ayudarte, orientarte, hasta que llega el momento de decirte la verdad… lo que ocurre es que una vez que te toco, debo irme, no puedo, es nuestra maldición, fui condenado a eso cuando te dije como ser humana… tú vivirías por siempre haciendo lo que querías… ser una mortal, y yo existiría por siempre sin tenerte, porque yo no vivo, esto es lo más cercano a estar muerto.

Las palabras le dolieron a Chantal, no se imaginaba esa eterna agonía, si ella por no tenerlo se sentía mal, y solo llevaba años, él debería estar mil veces peor.

—¿Es por eso que, en varias oportunidades, me acerqué a ti y tú te alejabas?

—Por eso usaba ropas largas y guantes, no solo era por el frío; y marcabas distancia entre ambos.

—Si quería seguir viéndote, no podía existir el contacto físico.

—Debe haber una manera de contrarrestar eso.

Las palabras le llenaron el corazón a Ernesto. Ella jamás había dicho algo parecido, en ninguna de aquellas conversaciones.

—¿Por qué me miras así? ¿Acaso no quieres?

—Es lo que deseo desde hace muchas vidas terrenales tuyas, te extraño demasiado, es solo que no me imaginé que…

Ella lo interrumpió y salió del automóvil para quedar frente a él.

—Estoy enamorada de ti, desde que era una adolecente, no sabes cuántas veces me imaginé historias donde podíamos estar juntos, las veces que deseaba que diciembre llegara rápido para poder verte… el cómo sufrí al ver que no luchabas por mí a pesar de que te enterabas de que estaba mal con mi exnovio; pero ahora entiendo todo.

—Lo siento, sencillamente no podía, es decir, no puedo acercarme a ti… entre más lo hago, más lo llamo.

—Tengo demasiadas ganas de decir: Te necesito.

—Es que es lo único que debes decir cuando se acerquen a buscarme, debes decir que necesitas de mí… que quieres estar conmigo, al humano se le entrega todo lo que pide, más si siempre actúa bien.

—Es lógico, si es así de sencillo, entonces, ¿es lo único que debo decir para que permanezcamos juntos?

—Solo por el momento, cuando estas fechas culminen me tendré que ir, y la realidad es que puede que no nos veamos más en esta vida tuya.

—No puede ser —el corazón de Chantal parecía arder, le dolía, eso sí que era inconcebible para ella—. Dime, ¿qué podemos hacer? Ya te he perdido muchas veces y me siento consciente, te quiero conmigo, ya no quiero más esto, solo deseo permanecer a tu lado.

—Por mucho que lo queramos, no se podrá, él ya viene por mí y vamos a tener que decidir, como la última vez —Chantal lo abrazó, y sintió miedo de lo que iba a escuchar—. La última vez te enfrentaste a quien cobra nuestra deuda, a quien siempre nos separa, y terminaste muerta, él te sentenció a reencarnar antes de tiempo, no moriste de forma natural o en algún accidente, no quiero que eso vuelva a ocurrir, no te quiero ver morir de nuevo así.

—Lo vi hace un momento, me dio terror, los recuerdos son vívidos.

—No sabes lo doloroso que es verte morir una y otra vez, verte envejecer, feliz en brazo de otro hombre, o llorar por la misma causa. He sufrido de mil y unas maneras, pero que se te arrebate la vida, no quiero verlo de nuevo jamás.

—Ese que te vino a buscar ¿Quién era?

—Mi mejor amigo, él es el asignado a buscarme en primera instancia, pero si me libero de él, vendrá un guardián, alguien poderoso que puede sacarme de aquí en un abrir y cerrar de ojos, o por el contrario acabar con tu vida si interfieres.

—Dime si existe una forma de detenerlo.

—No la hay, lo siento.

Esta vez se acercó Chantal y lo besó, pero con más intensidad. Pero lo había hecho con una intención… ella sabría la respuesta… y no lo dejaría de besar hasta obtenerla.

Mientras que ambos se besaban con delicadeza, Ernesto la acariciaba, su cuello, brazos y cintura era lo más suave que alguna vez tocó, la sensación al tocar su piel era incomparable. En una oportunidad se quejó de estar en un sitio algo público, ya que estaban en el estacionamiento de la pizzería, pero no deseaba empeorar la situación. Al menos esta vez había sido distinto, se conformaba con el hecho de haberla podido sentir esos minutos.

Cuando se separaron un hombre de piel oscura, ojos marrones, hermoso, vestido de forma muy elegante en tonos oscuros, y de casi dos metros de altura los observaba.

—Gracias por el espectáculo público, pero este chico y yo nos tenemos que ir.

—Espera, no es justo, yo deseo quedarme con él, después de todo lo que me contó, insisto, quiero quedarme con él.

—Eso no se podrá, tú debes quedarte aquí en este mundo y hacer tu vida; por su parte él debe irse conmigo; ya se verán luego, siempre lo hacen…

Chantal lo interrumpió.

—No me interesa lo que tengas que decir, dime de una buena vez, ¿qué es lo que ambos tenemos que hacer, para permanecer juntos?

—Buena pregunta, las veces que nos vimos solo preguntaste por lo que tú debías hacer, pero esta vez hablas en plural, en definitiva, la situación ha mejorado, es distinta.

—¡Ya es hora de irnos! —insistió Ernesto.

—No, espera. Debo responderle a la señorita.

—Dime que debemos hacer Ernesto y yo, lo quiero saber en este mismo momento —insistió Chantal con mala cara.

—La verdad es que todo es muy sencillo, el señor aquí presente, Arcel, debe convertirse en un humano, y él sabe cómo hacerlo. Tú por otro lado debes tener un bebé, cuando eso ocurra, y ustedes mueran podrán reencontrarse en el otro plano, eso claroooo, con la condición de que se amen incondicionalmente cuando se encuentren. Por cierto, Arcel, es su nombre real.

—¿Qué? Es decir que yo debo convertirme en madre y ¿nada más? —Chantal veía todo tan sencillo. Él podría ser el padre de su hijo y asunto arreglado.

—Sí, pero tu amigo aquí debe hacerse humano… y eso es algo que él no quiere, no al menos por el momento —la sinceridad del hombre le chocaba a Chantal, y por otro lado incomodaba a Ernesto.

—¡No hables por mí! —le reprochó Ernesto.

—Entonces ¿Por qué aún eres como nosotros? Deberías ser un humano —inquirió el hombre con tono de reproche.

La conversación le parecía demasiado irrealista a Chantal, si bien ella había sido algo egoísta en querer convertirse en humana; pero si se fijaba bien, Ernesto tenía vidas enteras viéndola morir, sin tenerla y aún bien enterado de lo que debía hacer para culminar con ese tormento, prefirió no hacerlo, eligió seguir, así como había estado siempre.

—No quiero ser humano, no es justo, adoro mi condición, lo que hago, lo que soy —se sinceró Ernesto, ante la media sonrisa del desconocido.

—Lo noto bien, veo con claridad que solo piensas en ti —el reproche fue inyectado con veneno psicológico.

—No me culpes, Caris, tú pensaste solo en ti cuando quisiste ser una humana. ¿Ahora soy yo el responsable de que no estemos juntos?

—¡No lo sé! Es más, no recuerdo con exactitud lo que pasó en ese momento, pero te puedo asegurar que, con solo verte morir una vez, habría buscado la manera de tenerte conmigo como antes —Chantal era muy apasionada, decía en ese momento una gran verdad.

—Las cosas no son tan fáciles como crees —expuso Ernesto en su defensa.

—En eso tu amigo, tiene razón —intervino el guardián.

—¿A qué te refieres? —Chantal tenía un cúmulo de sentimientos por dentro, una mezcla entre molestia, dolor e indignación. Sabía que nadie estaba obligado a sentir o pensar como ella, pero esta situación sobrepasaba sus límites ya que Ernesto sabía qué hacer y jamás hizo nada por ambos.

—Si me vuelvo humano, no recordaría lo que vendría a hacer, tal vez  jamás te encontraría, y ese siempre fue mi miedo, por eso preferí tenerte de a poco, por minutos algunas veces, pero lo importante era saber dónde estabas, qué hacías; ya con eso era suficiente para mí… yo te amo demasiado… encarnar en un cuerpo humano, me haría al igual que tú un espíritu sin memoria, y llevaría mi vida como la mayoría de las personas, basada en buscar dinero más no en amar y ser feliz… entiende… existe la posibilidad de que nos tengamos frente a frente y jamás reconocernos o lo que es peor, vivir tan lejos uno del otro que nunca tengamos la oportunidad de querernos o amarnos.

—Creo que te lo explicó bien, él tiene razón, no es tan cobarde o insensible como lo parece; por cierto, se te acabó el tiempo, despídete, ya en otra vida se verán, hasta cierto punto estoy medio aburrido de tener que venir a buscarte.

Chantal entendió el miedo de Ernesto y le daba la razón, tenía que ser empática, en todo caso, ella era la que había sido la que comenzó todo esto y no estaban en igual de condiciones.

Ernesto se le acercó y la besó de nuevo. Entre besos le dijo:

—Cuando me vaya te van a borrar la memoria, y este día jamás lo recordarás, esta situación no puede cambiar el rumbo de las cosas, por eso es que lo harán. Lo siento, esto lo deben hacer por obligación cada vez que un humano ve a un guardián —señaló al hombre de color— es la tercera vez que te lo harán, ya en dos vidas pasadas tuvimos una conversación parecida a esta, sé que no recordarás lo que te diré, pero puedes estar por segura que estaré observándote desde lejos; pero durante esta vida jamás me podré acercar a ti de nuevo como lo que soy.

Chantal empezó a sollozar.

—Estoy enamorada de ti, eso jamás lo voy a olvidar.

—Tranquila, eso sí lo recordarás, solo te borrarán esto que pasó entre nosotros… en serio, lo siento.

Chantal lo volvió a besar y entre lágrimas le dijo:

—Mientras te besaba, antes de que llegara ese guardián, recordé que la única manera de ser un humano era naciendo; quédate conmigo, puedes nacer en mí. Yo debo ser madre, y el amor entre ambos debe ser sincero, pero nadie especificó qué tipo de amor, estoy segura de que amaría mucho a un hijo.

—Siempre fuiste muy inteligente, y yo algo lento —le alabó Ernesto con una gran sonrisa en la cara.

—¿Casi un siglo y jamás se te ocurrió?

—Nunca quisiste ser madre, de hecho, jamás lo fuiste.

—¿No?

—No, tu vida en su mayoría siempre ha sido corta, por otro lado, las circunstancias de nuestros encuentros hasta provocaron desgracias, las veces que viste al guardián te borraron la mente, en otras oportunidades nunca quisiste alguno, eres y serás un espíritu libre, siempre hiciste lo que quisiste, sumándole a eso que ser un humano es complicado… pero jamás fuiste madre… y en este momento cuando te borren la mente, puede que continúes con tus planes de vida y jamás decidas tener un hijo.

—Lo tendré, ya verás, solo espero que no seas un tonto y olvides cumplir con tu parte.

—Solo te borrarán la mente a ti, yo actuaré diferente si se da el momento, te lo prometo.

—Yo también actuaré distinto, te lo prometo, mi amor —Chantal se acercó para regalarle un último beso.

—Fue muy alentadora esta conversación, espero que ambos tengan palabra, porque ya mismo nos iremos.

El guardián le tomó el rostro a Chantal y la miró a los ojos. Ella sintió tranquilidad ante el contacto y luego un profundo sueño.

*****

Chantal hizo lo que en todas las épocas navideñas hacía, ayudar a los más necesitados. Esta vez había extrañado a su amigo de actividades, Ernesto. Era una lástima que en estas navidades no hubiera aparecido, tenían años compartiendo estas fechas juntos. Y la historia se repitió por más de cinco años.

Para entonces Chantal entendió que no lo volvería a ver, y con sus casi treinta y dos años cumplidos, ya era hora de formar una familia. Olvidar lo que sentía por Ernesto, no había sido posible y arriesgarse a tener una relación como la última, no era una opción para ella razonable. Tenía muchas ganas de tener un hijo, total, ya era una profesional, tenía trabajo, una casa con comodidades. No deseaba quedarse sola por siempre, sentía que no era lo indicado y a pesar de eso, tener otra pareja era inconcebible para ella.

—Tendré un bebé y nacerá para Navidad —se dijo a sí misma mirándose al espejo.

Programó todo, para dar a luz a un bebé sano y a término para esas fechas, debía quedar embarazada en marzo, suerte para ella que había tomado la decisión los últimos días de enero.

Hizo sus llamadas, hasta que logró una cita para realizarse una inseminación artificial y en el primer intento quedó embarazada de dos varones, un riesgo que había tomado, ya que estos procedimientos había un porcentaje muy alto de quedar encinta con más de un bebé.

Desde que se enteró de la noticia, la emoción no salía de su cuerpo, estaba segura de que hacía lo correcto, llevar esas dos vidas dentro de ella, era la sensación más hermosa del universo, se sentía realizada y feliz con su vida.

Al ser una mujer sola, sin familia y con pocos amigos, programó para que el día que sintiera los dolores realizarse una cesárea, además contrató a dos enfermeras para que la ayudaran con los cuidados, mientras que unas tías de parte de su madre la fueran a visitar, porque ellas vivían en otros estados del país.

No se le hizo difícil escoger los nombres de los niños, uno se llamaría Arcel y el otro Tarius; eran unos niños sanos, hermosos y muy tiernos. Ser madre fue lo más importante que le pasó y el amor más profundo y verdadero que experimentó en su larga y fructífera vida.

La vida de los tres fue llena de éxitos, uno que otro altibajo, pero el amor y respeto nunca faltó, la tradición familiar de ayudar a los demás se mantuvo aun y después que murió de viejo el menor de los hijos, Tarius.

*****

—Ahí están nuestros bellos hijos y nietos doblando la ropa para entregársela a los niños de bajos recursos —estaban conversando después de que los tres murieran y se reencontraran en el plano astral.

—Mis bisnietos ¡Querrás decir! —intervino Caris, abrazando a Arcel.

—Sí mi amor, y no sabes la alegría inmensa que siento de tenerte aquí conmigo.

—Eso lo puedo decir yo que esperé como cuarenta años por ti —le refutó Caris, dándole un beso en la mejilla.

—En eso yo te gané porque esperé demasiadas vidas.

—Y ni hablar de lo que debí esperar yo, para que me mirarás con esa carita llena de amor —soltó Tarius, el mejor amigo de Arcel.

Caris se enteró que él era quien siempre buscaba a Arcel, cuando se acercaba y tenía contacto con ella.

—Nuestro trío amoroso en este plano o realidad fue muy extraño, yo jamás ni me percaté de que gustabas de mí, yo solo tenía ojos para Arcel; pero en el plano terrenal fue hermoso, esos sentimientos tan puros y sinceros que uno tiene por los hijos es lo más sincero que tienen los humanos, por eso sé que no me equivoqué al querer experimentar todo aquello.

Tarius soltó una carcajada, él siempre ocultó sus sentimientos, hasta que Caris decidió ser madre, en ese momento le dijo a Arcel lo que sentía y como había quedado embarazada de dos, él también decidió nacer. El alma entraba en el cuerpo del feto en la segunda semana de gestación así que le dio tiempo de decidir.

—Entre hermanos, fue casi lo mismo, nos esforzábamos por tu atención, pero gracias a la divinidad no tuviste favoritismos.

—Así es, y creo que nos fue bien.

—Sí, aprendimos demasiado, es por lo que cualquier ser decide nacer en esos recipientes llamados “humanos”, la decisión de nacer, para aprender y sentir, es el acto más fuerte que se puede hacer ante el crecimiento, da mucho miedo porque llegas a ese plano sin recuerdos y desprotegido, pero una vez que sabes lo que quieres, todo es más fácil, más hermoso.

—Te costó varias vidas darte cuenta ¿no? —Arcel, le sonreía no era un reproche.

—Pero lo importante es que al final, todos asimilamos nuevos conocimientos, entre todos nos ayudamos, y por eso estamos aquí, viendo a nuestros seres queridos, ser felices y ayudando a otros a tener un poquito de felicidad.

FIN

“Si deseas que te vaya diferente, debes actuar diferente; pero antes de eso debes pensar distinto, porque todo lo que piensas y deseas, siempre se hace realidad”

“Inspirado en las teorías existentes de reencarnación, ayuda colectiva y en que sencillamente somos seres de luz. No somos un cuerpo con alma, somos un alma con un simple cuerpo, es allí donde radica la enorme diferencia.”


¿Quieres leer más historias gratuitas? Puedes conocerlas aquí:

Varios relatosTodos gratuitos    

Si quieres leer mis novelas llenas de acción, amor, seres sobrenaturales debes ir aquí:

Todas mis novelasEn Kindle o papel