Relato corto: Mi primer Asesinato de Kassfinol

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Título: Mi primer Asesinato

Autora: Kassfinol

Todos los derechos reservados

Género: Ficción negra

Solo voy a contar lo necesario.

No es prudente que sepas todo sobre mí.

Porque si lo sabes, puedes morir.


Cuando tenía diecisiete años conseguí a mi novia, con la que tenía ya un año de noviazgo, besándose con mi mejor amigo. Ver la traición que me golpeaba la cara sin aviso fue determinante para ser lo que ahora soy.

Las dos personas que más amaba, me traicionaron y me quisieron ver la cara de estúpido al seguir estando cerca de mí, y al mismo tiempo estando entre ellos.

No pude hacer mucho en ese momento, aunque decidí seguirles el juego. Siempre tuve la cualidad, según mi familia, de tener mucha paciencia. Yo diría que me gustaba saber hasta dónde llegaba la gente.

Desde ese momento comencé a invitarlos a ambos más a menudo a mi casa, todas las fiestas o reuniones salíamos juntos. Claro, hasta el momento en que ellos decidían tomarse el tiempo para ellos mismos y me apartaban ciertos ratos con excusas; que si yo no hubiera sabido la verdad, tal vez sus ausencias las habría interpretado por casualidad o coincidencias.

Entre más pasaba el tiempo, más me amargaba por la relación que ellos mantenían entre las sombras de la ignorancia de todos nuestros conocidos, pero por otro lado, si lo veía desde otra perspectiva, la relación de los tres se fortalecía, de hecho, la gente así lo decía… expresaban que teníamos como un noviazgo de tres, y claro que lo éramos, solo era que el único que debía compartir la relación con mi amada era yo.

Ellos se tenían, ellos me tenían, pero yo no los tenía a ellos dos con la sinceridad que todo el hecho meritaba.

Así pasamos tres años, y ellos se veían cada vez más felices.

No sé decirles sí yo realmente era feliz, aunque verla a ella radiante, complacida y vibrante era algo que me atraía y confundía la existencia.

El sexo siempre fue intenso, nada rutinario, nuestros momentos a solas siempre fueron cortos, pero el tiempo necesario para poder copular y quedar satisfechos.

Ella jamás se quejó de que la gran mayoría del tiempo libre lo mantuviéramos con “nuestro mejor amigo”.

Ella jamás se disculpó porque ciertos días a la semana se sintiera indispuesta; y cuando yo daba la espalda terminaba revolcándose con mi amigo.

Yo lo sabía, sabía que estaban juntos, así que los dejaba en paz, nunca intenté encontrarlos, revisar sus celulares o correos… mucho menos los seguí para ver donde se encontraban… los dejé ser… dejé que vivieran lo que deseaban sentir, porque desde mi punto de vista yo también sentía cosas, que al parecer también disfrutaba tener.

Yo no fui infiel, y entre ellos tampoco lo fueron. Nunca vi a mi “amigo” saliendo con otra mujer, o hablándome de otra mujer. Estaba seguro que solo éramos nosotros tres.

La relación, si la comparan con la que ustedes tienen, puede ser muy distinta y hasta descabellada, porque tal vez no me quería lo suficiente en ese entonces, pero les cuento, que sí aprendí a quererme. Cuando llegó el momento de actuar, lo hice y hasta el sol de hoy, me reconforta.

Cuando “ella y yo” ya teníamos cinco años de relación, recuerdo que un día me informó que en una semana tendría un viaje de negocios.

Como contadora de una empresa necesitaba ir a otro estado para una reunión con una sucursal de su empresa. Se tenía que ausentar por cinco días. No vi problema en eso, no vivíamos juntos aún, su ausencia me traería unos buenos días con mi amigo, “su otro novio”.

El hecho es que terminé quedándome con las ganas, porque en menos de veinticuatro horas después mi “amigo” me confirmó que se iría de viaje con unos compañeros del trabajo, en la misma fecha en que ella también viajaría. Era la primera vez que me alejaban de ellos y estaba muy consciente de que era hora actuar.

Llegó el día y los dejé ir. Su cinismo no tenía límites, ambos decidieron irse en el automóvil de mi amigo, con la excusa de que él la dejaría en el terminal de pasajeros para que tomara su bus, y claro, compraron el pasaje y me lo mostraron para darle fuerza a su mentira, tanto frente a mí, como a sus familiares. Como siempre a todos les seguían viendo la cara de estúpidos.

Lo que ellos no sabían es que tres día antes de su salida busqué donde se alojaría, fue muy fácil tomar el celular de mi amigo y revisar su correo electrónico donde el hotel le daban la confirmación de pago, y número de habitación. Sabía que él pagaría, nunca dudé de ese comportamiento de su parte.

Luego de que pasó un día, seguí manteniendo conversaciones de vez en cuando por mensajes de texto con ellos, en ese entonces no existía el Whatsapp, los mensajes no eran muy fluidos, las respuestas me llegaban con una o dos horas de diferencia, pero eso no importaba. Me estaban respondiendo y era lo que yo necesitaba, eso me daba tranquilidad y mantenía en orden mis planes y sobre todo mis cabales.

Cuando tuve todo preparado, me dirigí hacia el hotel donde se encontraban, que era a casi una hora de mi casa. Dos días antes había estudiado el tráfico, y el clima, mi automóvil tenía suficiente gasolina y me la pasé todo el trayecto hacia el hotel pensando en cómo debería encararlos. Tal vez debía devolverme y seguir con todo este juego, no, no, lo mejor era darme mi puesto y asumir frente a ellos que yo sabía toda la verdad.

Cuando llegué a la zona donde estaba el hotel estacioné el automóvil a dos cuadras del lugar, y algo ansioso decidí caminar. Necesitaba tomar aire libre. Mitigar un poco el malestar que comenzaba a sentir en mi pecho por la decisión que ya había tomado.

Ingresé al lugar sin mucho protocolo, no era un hotel que se destacara por la seguridad, y por alguna extraña razón eso me alegró.

Por la hora, el lugar solo contaba con un recepcionista al cual saludé sin levantar la cara, y él ni se inmutó mientras se fumaba un cigarrillo y veía la televisión.

Subí los cuatro pisos de escaleras, no estaba preparado para tomar el ascensor y llegar mucho más rápido. La realidad que me esperaba no era alentadora, y recuerdo que tampoco me moría de ganas de tenerla en la cara.

Toqué la puerta, varias veces, y nadie respondió.

Por unos segundos me alegré de haberme equivocado y que dentro del lugar solo estuvieran varios idiotas desconocidos compañeros de mi “sincero e inseparable amigo”, pero no, la puerta la abrió ella, y cuando me vio, todo su rostro se puso tan pálido que pensé que se desmayaría frente a mí. Solo me dieron fuerzas para regalarle media sonrisa.

Todavía recuerdo esa inolvidable conversación que terminó sacando lo mejor de mí.

—¿Me dejas pasar? —susurré para ser discreto.

—¿Qué haces aquí? ¡No, no puedes pasar! —se puso a la defensiva, su quijada temblaba y las palabras fueron dichas casi tartamudeando, pero no le di opción.

—Déjeme pasar, no quiero hacer un escándalo aquí. No es necesario —mientras le puse un arma a la altura de su estómago. En cuanto ella sintió la amenaza, puso los ojos como platos y negó varias veces con su cabeza.

—Vamos mi amor, vete, no hagas algo de lo cual te puedas arrepentir.

Volví a sonreír y le puse una mano en el hombro y con la mayor sutileza con la que pude tratarla en ese momento le insistí:

—Te aseguro que de esto no me voy a arrepentir —ella entendió el mensaje y dio dos pasos hacia atrás para dejarme entrar a la habitación, fue ahí cuando me tocó ver la escena.

Mi amigo estaba acostado, durmiendo, parecía haberse divertido mucho. Asentí varias veces en aprobación, era un gesto irónico, mientras que a mi novia se le llenaba el rostro de lágrimas; ya tenía varios segundos reteniendo sus emociones, pero la vergüenza podía más, su control emocional era mínimo, así me lo dejó ver.

—Perdóname, yo te amo a ti, esto es solo algo que pasó, fue culpa del alcohol y no se volverá a repetir.

La muy maldita seguía mintiéndome en la cara.

—Suelta esa arma, por favor mi amor, no tienes que hacer nada, esto lo podremos superar. —Para entonces ya hipaba entre sus lágrimas, miraba hacia él y mi arma, con lo que intuía era cierto nerviosismo errante porque no se podía controlar.

—En eso tienes razón, yo no tengo por qué hacer nada. De hecho, no hice nada por años. Lo admito, solo me limité a dejarme llevar por la situación, con el propósito de que me colmaran la paciencia.

Mis palabras despertaron a mi único amigo hasta entonces.

—Oye, ¿qué haces? ¿Qué haces aquí? —preguntó en tono sorpresivo dándose cuenta del arma que tenía en mis manos.

Ella en cuanto lo vio despierto, hizo lo que más me dolió en la vida. Corrió hacia sus brazos y lo protegió con su cuerpo.

Ahí estaba, nuestra verdad… mi verdad. Ella lo protegía y amaba a él, no a mí. Y estaba seguro que el hecho de que lo mantuvieran en secreto hasta este momento era por culpa de él, por evitarme dolor, o que nuestra relación se rompiera.

—¿Qué hago yo aquí?, La pregunta real debería ser: ¿Qué hacen ustedes aquí?

Él comenzó a levantarse de la cama y lo amenacé con el arma.

—No te atrevas a moverte de donde estás. Yo soy el que manda ahora en esta relación de tres, y harás lo que me dé la maldita gana.

—Amigo, cálmate, por favor, baja esa arma, no es necesario que la tengas, podemos hablar… ¿somos amigos, no? ¡Hablemos como amigos! —Ese entusiasmo era aberrante en esa situación. ¿Acaso me veía como un idiota manipulable? Supongo que sí, eso fue lo que le hice creer por mucho tiempo.

—No me puedo quedar por mucho tiempo, necesito que hagan algo por mí, porque no quiero volverlos a ver nunca más en mi vida.

Ella se quedó mirándome mientras se secaba las lágrimas con la manga de su camiseta. Por su parte, mi amigo, solo asintió y esperó a que yo hablara.

Miré hacia los lados y conseguí el utensilio que me faltaba y que estaba seguro que en este momento tendrían. Mientras saqué un pequeño frasco de mi bolsillo.

—Voy a decir lo que quiero que hagan, pero si gritan les pegaré a ambos un tiro en la frente. —Ambos pusieron los ojos como platos, asombrados por mis palabras—. Por años se acostaron y tuvieron una relación en paralelo conmigo, me tomaron como idiota, traicionaron mi confianza y solo quería ver hasta dónde podían llegar… como verán, la paciencia me duró unos cuantos años, todo fue mmm… supongo que lindo hasta que decidieron irse de vacaciones juntos, eso… eso nunca se los voy a perdonar.

—Te lo puedo explicar —insistió mi amigo, pero le dije que no con la mano que sostenía el arma.

—No me expliques nada, no hay absolutamente nada que me debas explicar, yo lo sé todo, siempre lo supe, y para el día de hoy ya nada me interesa… solo quiero una cosa… ¡una sola cosa!

—¿Qué-qué quieres? —respondió la que ahora era mi exnovia, sollozando con rostro preocupado.

—No quiero verlos jamás y para eso deben cumplir una última petición como amigos.

—¿Cuál? —respondió el traidor con más seguridad de la necesaria.

—Sencillo, ambos tienen dos opciones, y será el mismo resultado.

—¿De qué se trata, habla de una buena vez, solo deseo que me dejes de apuntar con esa arma?

—Te dejaré de apuntar con el arma cuando decidas qué prefieres: ¿el cuchillo o las pastillas?

Ambos se miraron y fruncieron el ceño. Al parecer no entendieron mi pregunta.

—¿Qué quieres hacer? ¿Qué quieres cometer? ¿Suicidio o asesinato? —cuando hice las preguntas, mi exnovia se tapó la cara con la almohada y comenzó a llorar de forma más intensa, el hecho no me molestó, el sonido era mitigado por el almohadón.

Mi examigo se levantó y tuvo la intención de caminar hacia mí, pero le amenacé, con voz aún más autoritaria, una que estaba seguro era primera vez que me escuchaba.

—Te meteré un tiro en la cabeza si no haces lo que te digo —no alcé la voz, solo lo miré con determinación y lo encaré para que se diera cuenta de quién tenía el control—. Toma el maldito cuchillo y decide, pero decide bien, porque será la última cosa que decidas en tu vida. 

—Sabrán que fuiste tú, ese revolver es de tu papá, si nos matas sabrán que fuiste tú.

—¿Yo? ¿Mi papá? Estás equivocado esta arma… —Y un sonido secó sonó entre nosotros que provocó que el cayera sobre el piso aullando por el dolor del impacto de bala que tenía en la rodilla—, no es de mi papá, es mía, estuve mucho tiempo ahorrando para conseguir una en el mercado negro, nadie la podrá rastrear hacia mí, porque nadie sabe que la tengo, y nadie sabe que estoy aquí. Además se te olvida el detalle, que nadie sabe que ustedes son pareja.

—Ya por favor, déjanos en paz —insistió la estúpida esa  llorando sobre la cama, cubriéndose con las almohadas, toda nerviosa, como si eso la pudiera proteger de un balazo.

—No te lo voy a volver a repetir… ¿qué prefieres? El cuchillo —y me detuve, dejé de hablar de inmediato. Acababa de caer en cuenta de que ya mi plan de que uno matara al otro de la forma en que lo planifiqué no se podría cumplir, porque yo le había disparado en la rodilla al infeliz y ahora tendría que dejar mi preciada arma en este lugar.

Me senté en la silla y lo medité, pensaba en cómo llegar al plan original que solo incluía el cuchillo y las pastillas, ¿cómo tenía que hacer para que la escena quedara como yo quería? Y debía pensar rápido porque el idiota se desangraría y la muy pendeja no dejaba de llorar, además no podía ausentarme más de casa, sino mi coartada no funcionaría.

Fue ahí dentro de mi urgencia, que aparentemente me di cuenta de que pensaba mucho mejor bajo presión.

Tomé el cuchillo y caminé en dirección a la joven, la tomé por el cabello amenazándola con el arma blanca en el cuello, me enfoqué en agarrarla con fuerza mientras le susurraba al oído:

—Te tocará dispararle a tu amado novio, vamos, dime que lo harás ya mismo.

—No, no, no puedo.

—Hazlo, si lo haces quedarás viva, no te haré nada malo. —Le di el arma—. Si te resiste a hacerlo morirás… y te aviso que si se te ocurre pasarte de lista, también morirás.

La muy tonta no dejaba de llorar, aun así tomó el arma. En ese instante afinqué más el cuchillo contra su cuello. Ella no tendría oportunidad, yo era más alto, era más fuerte, mi cuerpo prácticamente podría cubrirla entera si eso quería.

—Dispara —le exigí—, un solo tiro en la frente —concluí.

Empezó a negar con la cabeza y soltó el arma. No hacía más que llorar, me tenía al borde.

—No lo hagas mi amor —le pidió mi examigo, que para entonces estaba alrededor de un gran charco de sangre. Deja que el maldito nos mate.

—Ohh… Pero qué egoísta me saliste, ¿viste, mi amor? —solté con ironía mirándola— Te acabo de decir que vas a vivir si lo matas, y él te ha dicho que me dejes matarlo a los dos… ¿no te suena a egoísmo puro y duro? ¿Siempre fue así, no? Él te decía que hacer y tú, como buena perra, lo aceptabas.

Ella asintió, estaba entre la espada y la pared. Pobre, en estos años nunca vi a alguien llorar tanto por una equivocación.

—Si le disparas quedarás viva, vamos hazlo, termina con su dolor y con el que me causaste por todos estos años —insistí, evitando que el cuchillo la lastimara, ella estaba tan llena de miedo, que ni se daba cuenta de eso, yo solo la mantenía apretada por el pecho.

—Mi amor, nooooo —iba a decir algo más, pero ella le disparó en todo el corazón. Su cuerpo inerte cayó con un sonido sordo que me pareció la gloria en ese momento, me transportó por unos segundos a una sensación increíble de poder.

Era emocionante saber que había ganado, que ahora ella solo sería mía. Pero no, la traición ya existía, ella mentía con una facilidad inimaginable, y no tenía tiempo para eso.

—Ahora quiero que te tomes las pastillas, todo el frasco.

—Pe-pero, pero me dijiste que quedaría viva si lo hacía.

—No te dije cuanto tiempo estarías viva, cariño, haz lo que te digo, me hiciste vivir una mentira por cuatro años, ¿Acaso te vas a poner intensa y me vas a reclamar por esta primera mentira? ¿¡Me estás jodiendo, verdad!?

—Idiota —me gritó— ¡Tú también nos mentiste al no decirnos que sabías lo que pasaba! ¿Acaso eres un maldito enfermo? ¿Quién hace algo así? ¿Quién aguanta cinco años de mentiras? —Parecía haber sacado fuerzas donde no tenía, su comportamiento se lo atribuí a la adrenalina.

La tiré sobre la cama y la seguí apuntando con la pistola. 

—Cierra la maldita boca, ¿ahora soy yo el malo? Cuando fuiste tú la que me engañó, yo solo decidí guardar silencio mientras veía como acababan con mi paciencia, yo no soy un maldito enfermo —hice silencio de forma abrupta, analizando su señalamiento, unos segundos después le terminé diciendo—. Sea lo que sea, esto que acabo de hacer me gustó, no tengo por qué negártelo.

—No debiste obligarme a que lo matara, eres un hijo de puta enfermo, no sé cómo no nos dimos cuenta antes.

—Admite que te gustaba el hecho de tener toda tu aventura en secreto, y te comprendo, sentir cosas en secreto siempre es más emocionante, mírame, observa como me siento, ¿me ves triste o mal? Siento poder y me encanta —me reí al admitir eso en voz alta.

Ella negó con su cabeza y comenzó a sollozar de nuevo.

—Déjate de dramas y tómate las pastillas, se me está acabando el tiempo. Si no lo haces, morirás con dolor, mucho dolor, se me está antojando devolverte los malos ratos que me hiciste pasar… creo, no estoy seguro que puedo igualar el mal sentir que me hiciste pasar.

—Es-está, está bien —le di el frasco, y ella por primera vez notó mis guantes de cuero.

—¿Lo habías planificado? ¿Estás cubriendo tus huellas? —parecía incrédula.

—Sí, pensé más de diez formas a ejecutar esto para hacerlos pagar, y lo haría el día en que fueran lo suficientemente imprudentes para dejarme como una víctima frente a todas las personas a las que les mintieron. Este era el momento perfecto, por eso no actué antes. Esa verdad, creo que te la mereces. —Le entregué un vaso con agua.

Ella estaba resignada, dócil, sabía que iba a morir en ese momento.

—¿Cuantas debo tomarme? —Me miró a los ojos y recordé la cantidad de veces en la que fue mía, pero eso solo había sido sexo, jamás me había amado como yo quería. O tal vez, siendo lo que era, tampoco lo merecía, no sé, y tampoco me interesó me ese momento.

—Todas. —El frasco tenía alrededor de cincuenta pastillas de un potente barbitúrico que me había encargado de llenar con esa paciencia que me caracterizaba.

Ella asintió y se llenó la mano izquierda con todas las pastillas que podía sostener, vi como unas cuantas cayeron sobre el piso, pero no me importó, con solo quince que se tomara era suficiente.

—Trágalas toda y ven aquí —le señalé que caminara hacia el cuerpo del traidor. Ella se tomó las pastillas y caminó con lentitud hacia donde estaba el cuerpo de su amante.

En cuanto estuvo frente a él, cayó desmayada a su lado. Sería cuestión de unos pocos minutos asegurarme de que estuviera muerta.

Dejé caer el arma al lado de ambos, y cerré la puerta detrás de mí.

Ese gusto por lo que hice, esa adrenalina me duró hasta llegar a casa. Me ausenté por una hora y media, y al final, nadie lo notó, solo dos personas me preguntaron donde había estado… mi hermana y mi mamá, y solo les dije que había estado en el baño vomitando, ellas nunca recordaron nada porque me aseguré que bebieran mucho antes y después de mi ausencia. 

Los cuerpos de mis examigos fueron encontrados dos días después. Y las noticias manejaron la teoría de un asesinato y un suicidio. Yo fui la víctima, yo fui el más apoyado, nadie sospechó de mí… porque más de quince personas afirmaron que nunca salí de mi hogar en las horas aproximadas de su muerte. Fue una fiesta inolvidable, con un triste final para los infieles.

Cinco años de mentiras, minimizadas a solo veinte minutos de sinceridad, ahora que lo pienso, creo que no fue suficiente.

¿Que sí volví a matar? Claro que lo hice, una vez que ves cómo la vida se esfuma de la mirada de una víctima, y escuchas el sonido sordo de su cuerpo al caer sobre el suelo, solo vives para tener la oportunidad de volverlo a presenciar. 

¿De qué vivo actualmente? Soy asesino a sueldo.

Fin

Kassfinol

No permitas que el comportamiento de los demás, saque lo peor que hay en ti, no alimentes tus monstruos internos.


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