Libro 1: Serie Invocación – Entre el Infierno y la tierra – Capítulo 22

Capítulo 22 (Angineé)

Aun en el sótano de Amelia, observaba todo el desastre del lugar.

—Todo estaba destruido, nada había quedó en pie —intenté moverme a los lados sin caerme. A decir verdad, ya estaba acostumbrándome un poco al peso de las alas.

—¡Ay, Angi! Hablas y me dejas hipnotizado, sólo quiero seguir escuchándote.

—Bueno siento que tengo la respuesta de eso, al parecer no sólo eres un inmortal, también se te ha devuelto la humanidad, es por eso que tus oídos son muy sensibles a todo lo que yo te digo; situación que me agrada porque eso me ayudará para que nunca te alejes de mi —le regalé una amplia sonrisa.

—¡Ah, que astuta! Pero dime ¿Cómo es qué sabes eso? —me preguntó Lonhard con cara de querer reírse.

—No lo sé —contesté con mala cara— ¡Simplemente lo sé y ya! Creo que las alas vinieron con un gran conocimiento. Tipo combo, supongo, además, ¿sabes algo? Tengo una rara sensación, como si debiera irme a algún lugar, como si me llamaran, empiezo a sentirme incómoda aquí.

—No te vayas, Angi ¡Quédate! —Lonhard me llevó hacia él abrazándome, eso me derritió.

Tocó mis alas con mucha suavidad, eso me dio muchas cosquillas, pero de repente me inundó un inmenso dolor. Di un paso hacia atrás retirándome bruscamente de Lonhard, preguntándole toda extrañada por la agobiante sensación:

—Oye, ¿qué me hiciste?  —le grité.

—Te arranqué una plumita —el condenado me mostró una pluma. En un tono que claramente se veía que no quería reírse, pero su cara no lo ayudaba ya que mostraba que evitaba soltar una carcajada.

—¿Por qué coño hiciste eso? ¿No sabias que eso me causaría un dolor horrible?

—Dicen que es suerte tener una pluma de un ángel —aquí empezó a reírse, pero de repente dejó de hacerlo y observó más detalladamente la pluma que tenía en su mano.

—Oye, pero qué hermosa, sí que son bellas las alas que te han dado, aunque tu belleza las opaca.

En eso lo empujé.

—¡Mi gran Dios! —solté en voz alta, asombrada, Lonhard salió por los aires golpeándose contra la pared.

—¡Hey! Aparte tienes demasiada fuerza. Definitivamente eres toda una guardiana —Lonhard se veía divertido, él se levantaba como podía ya que la pelea con Dala lo había dejado muy herido. También sacudió el polvo de sus pantalones.

—Lo lamento Lonhard, aquí caminé poco a poco hacia él para no caerme, estando ya cerca, intenté ayudarlo a levantarse.

—No me ayudes, no insultes mi moral, mujer, deja que me levante solo —dijo en tono divertido. Después de que terminó la pelea Lonhard estaba muy de buen humor por lo que pude notar.

—Lo lamento, en serio Lonhard.

En eso observé, que volvía a su estado humano o mejor dicho volvía a su estado de ser “inmortal”.

Teniéndolo cara a cara, vi que sus ojos volvían a ser de ese violeta tan hermoso, su piel volvía a su color natural, sus músculos dejaban de marcarse con toda esa exageración. Al ver que sus cuernos no estaban murmuré sin ni siquiera pensar bien lo que le diría:

—El ángel me dijo que tus cuernos no volverían a salir.

—Sí, así es, ahora pareceré más humano.

—No te molestes Lonhard, mira el lado bueno: eres inmortal. Yo daría mucho por vivir por siempre, estaría muy feliz si me dieran ese don.

—Ya lo tienes —Lonhard sonreía.

—¿Cómo? —pregunté asombrada.

—Se te olvida que eres ahora un ángel guardián, ellos tienen vida eterna, además, no sólo es eso, puedes ir a los cielos y a la tierra con una facilidad enorme. Aunque ya que estamos hablando de eso. Quisiera que me explicaras como es que te convertiste en uno. Antes de que Dala me golpeara y cayera inconsciente eras humana y al despertarme ya no lo eras.

—Todo paso por este puñal —diciéndole esto, lo saqué de donde lo tenía guardado para mostrárselo a Lonhard. Él quedó asombrado y no dijo nada por unos segundos.

—Dios. Angineé ¿Cómo es que obtuviste el puñal del padre de los engendros? —aquí carraspeó con fuerza—, perdón quise decir el puñal del Arcángel Miguel —los ojos de Lonhard estaban aún como platos, muy asombrado, pero más pasmada estuve yo al escuchar que él dijera la palabra Dios.

—¡Hey, excelente! Ya no reniegas de tu Dios.

—Ver ese puñal me haría decir mil veces la palabra Dios, ese es el puñal de Miguel, el hacedor de engendros y el eliminador de demonios, quien sea atravesado por eso será convertido o eliminado según la naturaleza de su corazón, son palabras textuales de un diccionario demoníaco —Lonhard sonrió, mirándome a los ojos—, aunque hasta donde sé, el arcángel sólo lo usa últimamente para erradicar los demonios, pero de esto no tengo seguridad.

—Entiendo. Por cierto, cuando dices engendro ¿Te refieres a los ángeles verdad?

Aquí Lonhard asintió con la cabeza.

—Ya sabes, la costumbre de decirles así.

Le sonreí.

—Bueno, la verdad no sé cómo se llama el ángel que me entregó este puñal, ni me explicó nada de esto, pero ahora entiendo muchas cosas.

—Supongo que ese ángel debió ser el mismísimo Arcángel Miguel, si no cabe la posibilidad de que en este momento ese puñal esté en la modalidad de artículo robado, ya que solo Miguel es quien tiene la potestad para usarlo. Pobre de quien lo haya robado al menos que haya sido por una buena causa. Estoy al tanto que las penitencias ante los malos o desobedientes actos, son muy fuertes en los cielos.

Lonhard se acercó a mí y empezó a olerme; de pronto, dejó de hacerlo para decirme:

—Por cierto, la amiga tuya que es bonita ¿dónde está? ¿Cómo es que se llama? Ah, sí, ya lo recuerdo… Sofía, esa que vino conmigo para ayudarte; la misma que Dala atravesó con su puñal.

—No seas idiota, Lonhard —le regañé con mala cara.

—¿Por qué el insulto? —Lonhard soltó una carcajada.

—No sé para qué haces todas esas acotaciones. En fin, no, no está aquí porque se la llevó el mismo Ángel que me entregó el puñal.

—¡Óyeme, pero que buen intercambio! Ese ángel sí que es inteligente —escuchar eso me sacó de mis casillas y le grité:

 —Se la llevó para que la demonio pudiera volver, para que la desgraciada esa pudiera aparecerse en la habitación. Así que ya deja de una buena vez tu idiotez.

—¡Hey! Qué curioso, hablas como humana de nuevo.

— ¿Cómo así? —le pregunté.

—Eres sarcástica, arrogante, grosera, créeme jamás conseguirás un ángel así, bueno, si no me equivoco estoy seguro que eres el primer ángel en tener ese vocabulario tan extenso. Supongo que es porque primero fuiste humana, es entendible, a decir verdad.

—¡Ay, por Dios, Lonhard! ¿Deberé de ahora en adelante moderar mi vocabulario? —pregunté mirando hacia arriba.

—Conmigo no hay problema, por mi parte síguelas diciendo, te ves hermosa cuando te molestas y más cuando te salen esas palabrotas.

—Idiota —contesté colocando los ojos en blanco.

Se acercó y me abrazó.

—Angi, pensé que morirías, no te mentiré diciéndote que sufrí cuando no estabas conmigo. ¿Recuerdas? No puedo sentir teniéndote lejos, pero inmediatamente luego de estar aquí y verte, sentí un dolor horrible aquí —Lonhard se puso la mano en el corazón—; verte toda maltratada, golpeada, llena de sangre sentí tanta ira y dolor que no podía identificar que era. Eres mi ángel… y mira, por esas cosas de la vida, en eso te convertiste.

Mis alas empezaron a moverse, al darme cuenta ambos estábamos abrazados con ellas. Me quedé en silencio para que el momento durara mucho más, Lonhard a pesar de que olía a sangre, su olor masculino empezaba a consumirme, sus heridas ya estaban completamente curadas, su cabello tocaba mi rostro.

Lonhard empezó a acariciar mi mejilla, no me quitaba los ojos de encima. El tiempo pareció detenerse, sentí que estuvimos así por una hermosa eternidad.

De repente me golpeó un fuerte olor a mar, supongo que mis sentidos también habían mejorado.

—Hola —escuché. El Ángel carraspeó, incómodo de interrumpir el momento.

Lonhard me colocó rápidamente detrás de él.

¡Ay, qué mierda! Ya empieza a molestarme tanta protección. Aunque luego relajó sus hombros supongo que pensaba que era otra persona.

—Hola —respondí, mientras que al mismo tiempo levanté mi mano en modo de saludo.

Él me miró, sonriendo, sus ojos eran demasiado dulces:

—Hiciste lo que debiste, tu deber era matar a esa desdichada mujer, los ángeles cantaron de alegría en el momento de tu primera batalla ganada. Pero has peleado la batalla con un arma ajena a ti, ya puedes entregarme el puñal —aquí el ángel extendió su mano hacia mí.

—¡No! Un momento —interrumpió Lonhard.

—¿Qué pasa, Lonhard? —le pregunté extrañada, miré al ángel, él tenía el ceño fruncido.

—¿Me quitarás a Angi? Te la llevarás al cielo. Ahora ella es un ángel guardián. Tengo claro que su lugar, es en ese plano, no todos los ángeles están aquí en la tierra. Lo sé.

—Te equivocas inmortal, también están en la tierra, hay más de los que cualquiera piensa, pero Angineé por haber nacido humana primero y no como un ángel, ella sólo podrá estar en uno de los dos planos como hogar. La condición de quedarse en algunos de los dos planos dependerá de lo que decida en los siguientes minutos, es decir: si elige el plano terrenal sólo podrá estar en los cielos menos de treinta minutos terrenales en un día, en tiempos interrumpidos, sino caerá en dolor si permanece más de lo debido y viceversa, así que la decisión debe tomarla muy sabiamente.

Al escuchar todo esto me sentí muy mal, pero decidí preguntar algo que me llamaba la atención en esos momentos:

—Mis alas ¿Cómo las escondo? —debía saber la respuesta porque si decidía quedarme en la tierra con estas grandes alas no podría salir y hacer una vida normal, era evidente de que no tenía apariencia humana.

El ángel ladeó la cabeza.

—Solo imagina que no están, pero de algo te advierto, cada vez que ellas aparezcan sentirás un tremendo dolor, pues ese es otro precio que debes pagar por tu condición de humana, quien ha nacido humano no pierde jamás la esencia, al convertirse en ángel, ya luego entenderás eso— mientras el Ángel decía todo esto el caminó hacia mí y tocó mis alas.

De reojo vi como Lonhard se tensó, pero no se movió de donde estaba.

—Bien guardiana. Entrégame el puñal, ya me llaman en el cielo —insistió el Ángel.

—Tómalo —expandí mis manos entregándole el puñal—. Una cosa más ¿Puedes decirme cómo te llamas?

—Pronto lo sabrás, antes era el Ángel de la obediencia —podría jurar que cuando me dijo eso vi fugazmente dolor en sus ojos, pero rápidamente tomo compostura y siguió diciéndome—; Sofía está mejorando, ella querrá verte, así que en cuanto despierte podrás hacerlo, yo vendré a avisarte.

—Bien, estaré esperando a que me avisen para ir a verla. Sólo cuídala bien por favor.

—Eso mismo haré —en eso el ángel tocó con su mano su pecho, haciendo una mueca de dolor.

—Ya debo irme, pero antes debo decirte, Angi, que a ti solo te quedan veinte minutos antes de que el plano celestial te consuma, debes decidir ya mismo… si te quedas en el plano terrenal o en el celestial con tus otros hermanos.

—¡No puede ser! —dijo Lonhard.

—¡Hey! pero ¿Por qué no dan días? ¡Horas! ¡Algo más de tiempo! —pregunté indignada.

—Más bien, Angi. ¡Disfruta! Porque no se te puede conceder nada más. Por ser transformada te dan más tiempo de decisión, para ser más exacto, en cinco minutos no soportaras las ansias de partir, en diez minutos sentirás que morirás si no asciendes a los cielos y en quince minutos no podrás soportar tanta agonía y gritarás de dolor. Desearás irte al plano celestial a como dé lugar —El ángel hizo una pausa larga y prosiguió diciendo—. Eso que sientes, eso que te llama, ese es nuestro superior, el que nos protege a todos los ángeles. Es el Arcángel Miguel, el guerrero —hizo de nuevo una pausa con una cara que mostraba mucho dolor— ya debo irme no soporto ya el llamado— aquí el ángel desapareció sin siquiera despedirse, como normalmente hacía.

Si él no era el Arcángel Miguel eso quiere decir que él… ¡Robó el puñal! Oh, mi Dios, espero no sea castigado y que lo haya tomado prestado. Si no fuera por él Sofía y yo estaríamos muertas. Ese ángel se atrevió a mucho.

—Dios, no seas tan fuerte con él —pedí cerrando mis ojos por unos segundos, esperaba que escucharan mis plegarias.

Mi cuerpo comenzó a experimentar una fuerte incomodidad. Dolía, era un dolor que no conocía, por completo diferente a todo lo que había experimentado hasta este día.

—No te vayas Angi —suplicó Lonhard sacándome de mis divagaciones, me agarró de la cintura, pasó su nariz por mi rostro y me abrazó con fuerza, sentí que mi corazón se estaba ahogando como si alguien lo estuviera apretando con una mano.

Cerré los ojos y al abrirlos estábamos en mi apartamento. Supongo que Lonhard nos desmaterializó —pensé.

De repente sentí muchas ganas de desaparecer. Tenía miedo de pensar en eso, porque sentía que si lo pensaba demasiado me iría de ahí, sin poder controlar la acción así que me enfoqué en Lonhard.

—Angi no te vayas. Quédate conmigo por favor —murmuró Lonhard muy angustiado, como si rogara, como si se le fueran las fuerzas, sus ojos estaban tristes, olía a algo que mi cerebro decía que era miedo.

Oh, por Dios ¿Lonhard tiene miedo de perderme?

En eso me soltó para empezar a caminar de un lado al otro, cada cierto segundo pasaba sus manos por su cabello, mientras lo observaba permanecí en silencio. Sin saber qué hacer, en eso Lonhard rompió el silencio diciendo:

—Vamos Angi… dime algo, mira como estoy, dime algo, por favor. Escuché una vez en el infierno que los engendros, tú sabes ¿no? Los ángeles, no podían soportar ni resistirse al llamado, es irresistible a sus oídos. Sólo una cosa podía contra ello y eso es el amor. El amor por otro ser o el amor por proteger a alguien.

Mis alas, se expandieron sin que pudiera evitarlo haciendo que Lonhard se asombrara ante la acción.

—No te vayas —caminó colocándose en frente de mí.

Seguí en silencio, analizando la situación. Frente a mí, estaba el hombre por el cual mi corazón dolía, pero las ganas me consumían por ir hacia el cielo.

Sin embargo, por Lonhard no podía moverme, una parte de mi quería irse, pero también deseaba quedarme. No sabía que decidir. No tenía la menor idea de lo que haría.

Kassfinol

Escritora de novelas románticas paranormales y libros de terror

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