Libro 1: Serie Invocación – Entre el Infierno y la tierra – Capítulo 7

Capítulo 7 (Lonhard)

¡Increíble!, esa mujer ¿Cómo es que se llama? ¡Ah, sí! Angineé. Me tiene la vida un caos. Estoy seguro que ella logró sacarme del infierno, pero no sé el por qué, ni cómo lo hizo. Lo que sé, es que jamás la había visto en mi vida.

Sé que es mortal. Si fuera diferente y con el carácter que aparentemente tiene, me hubiese intentado patear el trasero así que eso descarta que me conozca de mi anterior vida. Fui condenado al infierno unos cuantos siglos atrás, no podría conocerme ya que es mortal.

Unas de las preguntas más importantes que me hago es: ¿cómo logró disuadir al mismísimo Lucifer para sacarme de ahí y así terminar con mi tormento? Ah, mejor dejo el drama. Ya estaba acostumbrado a los maltratos que yo mismo provocaba a las nuevas almas que llegaban al lugar. A decir verdad, me iba de lo mejor allá abajo, tenía un buen cargo y nadie se atrevía a meterse conmigo.

La única respuesta que se me ocurre a todo esto es que Lucifer le debía algún favor a la joven, cosa que no me extrañaría ya que últimamente las cosas entre los tres mundos se manejan así. Incluso en la maravillosa dimensión de los cielos.

 Si lo pienso mejor le debo la vida a esa mujer, aunque me sacó de ese espantoso sufrimiento para ponerme en otro. Tampoco le debo agradecer semejante gesto, no estoy en deuda con ella en lo absoluto. ¿En qué estaba pensando?

Recibir esa maldita carta al ser sacado a patadas del infierno fue desconcertante, logré memorizarla porque la leí más de cien veces en estos últimos días:

“Lonhard, se ha cumplido tu bien merecida condena, no me lo agradezcas a mí, sino a Angineé, sólo con ella podrás coexistir, comer, respirar y vivir. Tu sufrimiento en la tierra será mi regocijo, podrás ser de nuevo maldecido y castigado, solamente quiero decirte que, si yo accedí a sacarte de éste, tu hogar, fue sólo por eso. Buen viaje y feliz regreso”

Lucifer.

He aquí la razón de mi sufrimiento. Cada vez que ella duerme caigo tirado como muerto en cualquier lugar donde me encuentre. Sucede sin previo aviso. Hace unos días caí dormido en plena calle cuando intentaba cruzarla y un estúpido humano me pasó por encima su máquina con ruedas. Luego me enteré de que les dicen automóvil a esas cosas. ¡Mierda, sí que pesan esas desgraciadas máquinas! Lo recuerdo y me produce un fuerte dolor de cabeza.

Para los mortales supongo que estaba muerto o en estado de coma, no podrían jamás sospechar mi naturaleza. En efecto, al verme tirado en la calle me dieron por muerto. Cuando al fin logré despertar ya me estaban metiendo en un ataúd plateado. La mujer dio dos pasos atrás al verme incorporado y luego cayó desmayada. No era para menos. El golpe de la caída le hizo brotar sangre de su cabeza.

—No cambias Lonhard eres un desgraciado —susurré entre risas al recordar el hecho.

Tengo que admitir que lo disfruté porque pensé que la había matado del susto. Disfruté el episodio, creo que me pareció chistoso. Mientras buscaba la ropa que tenía puesta el día del accidente ella empezó a reaccionar. Los desgraciados me habían dejado casi desnudo. ¿Y así pensaban enterrarme? Al parecer aún estaba en eso que los humanos llaman morgue. Miré y que decepción, la humana seguía viva.

—Sí que tenía un corazón resistente la jovencita —murmuré aun riéndome.

Tomé lo primero que encontré, supongo que de otro muerto o al menos éste sí lo estaba. Luego, me desmaterialicé, rumbo al bosque.

—Eso me trae de nuevo al condenado punto muerto. Mis adversarios no deben verme en ese estado de letargo; sería fatal para mí si alguno me encuentra en estado de bella durmiente. Para evitar que otro accidente ocurra tengo que cuidarme de encuentros violentos con los humanos —pateé con todas mis fuerzas un árbol, sacándolo de raíz—. Necesito drenar mi mal humor.

Para empeorarlo todo no puedo ingerir alimento. Recuerdo que todos lo que comía antes de morir e ir al infierno lo vomitaba. Ni hablar de la comida extraña que venden actualmente. Todo lo que meto a mi boca me sabe cómo si me comiera un maldito animal podrido. No es fácil aceptar mi existencia.

Lo peor es que no me puedo matar del hambre con algo, sigo vivo a pesar de pasar días sin comer. Esto sería fabuloso de no ser porque siempre tengo la maldita sensación de hambre.

—¿Qué pensabas? ¿Qué tu nueva oportunidad en la tierra sería perfecta? —me reproché sentándome sobre una gran roca.

Luego de unos minutos intenté poner mi mente en blanco y razoné lo siguiente:

Aparentemente soy inmortal —susurré.

¿Cuánto puede durar un humano común sin comer? ¿Tres, cuatro días?

—¡Mierda, yo tengo días sin probar bocado! —Exclamé pasando la mano varias veces por mi cabello—. Toda esta mierda me tiene estresado.

Claro que soy inmortal, considerando también que al parecer los humanos no pueden hacerme daño. Lo supe cuando me atropellaron con el automóvil y desperté de nuevo en la morgue. ¡Voila! Aquí estoy “vivo y coleando”. No puedo morir, tampoco puedo envejecer. Ni siquiera puedo pedirle a un humano que me mate y para así regresar al infierno, a otra tortura, pero es un tormento familiar, un mundo que ya conozco, no como este donde he sido confinado y que no llego a comprender.

—Definitivamente, este mundo de los humanos me ha hecho lento, hasta ahora no me daba cuenta de todo esto —dije entre risas—. Pero cómo razonar cuando sólo estoy pendiente del trasero de esa joven.

No se trata de que extrañe el infierno y que quiera estar allí. Pero de algo si estoy seguro: Lucifer jamás haría algo sin que él pudiera sacar provecho a la situación y en el peor de los casos, divertirse, así que ni una situación, ni la otra, me favorecen.

Me acosté sobre las hojas del bosque, cerré los ojos y tomé aire.

—Ni siquiera puedo descansar cuando quiero —me quejé entre dientes dándome la vuelta— mejor sigo pensando.

Pero me divierte en algo este asunto. Debo admitir que desmaterializarme aquí en la tierra es genial, puedo robar cosas sin que nadie siquiera note mi presencia. Eso es de gran utilidad para alguien que fue dejado en este mundo sin nada. Lo curioso es que pienso mucho en esa joven, algo que no logro precisar me encadena a ella, aunque teniéndola en frente, sienta a veces la necesidad de asesinarla. Esta sensación de dependencia me roba la escasa paz, no quiero depender de ella, ni de nadie. Ya vivir conmigo mismo me resulta un infierno.

Es una hermosa mujer, eso lo recuerdo, asustarla no fue inteligente, pero algo me obliga a hacerle daño, a querer arrebatarle la vida.

—Claro, no es que quisiera que lo supiera. ¡Maldición Lonhard! ¿Tienes un ataque de bipolaridad y estupidez? —me regañé en mal tono.

Pero qué más. Tantos siglos atormentando la existencia a mis compañeros del infierno que casi no puedo resistirme a jodérsela a los humanos.

Desde luego nadie me impide matarla y he aquí el problema. Algo me dice que no debo hacerlo. Todo esto me provoca pensamientos encontrados; tal vez esa carta es una gran mentira de Lucifer y si asesino a la joven podré vivir de nuevo en paz. En el peor de los casos volvería al infierno, aunque esa idea tampoco quiero abrazarla del todo. Sé que hay maldad en mí, pero no soy estúpido, cualquier lugar es mejor que el infierno. Además, ya empiezo a acostumbrarme a estas acogedoras temperaturas.

—¡Me lleva el Diablo! Tengo que verla de nuevo y en ese momento decidiré qué hacer. Sólo quiero librarme de esta condena —me levanté observando cómo iba vestido. Quedé asombrado al ver mi ropa hecha harapos.

No tengo nada de dinero, nada de valor. Tendré que robar para cambiarme este horrible atuendo, debo hacerlo antes de que esa mujer se duerma de nuevo. Porque ni en los peores tiempos de mi antigua vida me vi tan horrible y desarreglado, no me agrada que ella me vea en este estado. Además, ya sé cómo encontrarla así que me conviene hacer el cambio.

—Manos a la obra Lonhard —sonreí mientras me desmaterializaba del bosque a buscar mis nuevas vestimentas.

Kassfinol

Escritora de novelas románticas paranormales y libros de terror

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