Libro 1: Serie Invocación – Entre el Infierno y la tierra – Capítulo 1

“—Deberíamos estar siempre juntos y seguirnos amando, sin importar todos nuestros problemas. Vamos Julie, acéptame, no permitas que esto se acabe —rogó Carlos.

—No deberíamos. Simplemente es muy pronto, aún no culmino mis estudios, y mi padre es capaz de matarme si le digo que me casaré —contestó la joven en tono muy triste y mirando hacia el piso.

—Solo acéptame, y yo dejaré el mundo por ti —le dijo arrodillándose ante su amada.”  

—¡Ay, Dios mío! Esto es increíble, muy fuera de la realidad —tiré el libro apuntando hacia la papelera y fallé.

Por lo que veo, soy tan mala escogiendo libros como encestando. Me pregunto: ¿Alguna vez le habrá ocurrido a una mujer, una situación cómo está? Eso de verdadero amor profundo e incontrolable, estoy segura que a mí jamás me pasaría, todo eso es una cruel mentira.

Paso horas pensando cómo es el hombre en la sociedad, sexo masculino claro. Cómo es el hombre en sentido monógamo. Sabiendo que jamás tendré uno como esos. Los monógamos no existen y sólo Dios sabe cómo le pido uno en cada deseo de cumpleaños.

Creo que debería ocupar mis pensamientos en cosas más productivas, claro, como si me sobrara el tiempo.

Bueno, no estoy por completo desocupada, a decir verdad, con nuevo oficio, metiendo mis narices en todas las relaciones por cuestiones de trabajo, ya que acabo de empezar a realizar terapias con parejas. Soy una psicóloga con un postgrado en la materia. Recién lo terminé hace unos meses, aunque lo cruel del asunto es que no tengo novio. Sinceramente me siento hipócrita, pero son cosas del oficio.

Me estoy volviendo una cínica.

¿Esto que tengo en el rostro es una arruga? —¡Oh por Dios! —la noté mirándome en el espejo— ¡En cinco años más, tendré quince kilos de sobra en mi cuerpo y empezaré a tener celulitis por doquier! —me miré en el espejo de cuerpo completo que está en mi cuarto; un desgraciado que me dice a cada momento que los días corren y que estoy a punto de empezar a vestir Santos.

Volviendo al tema de los chicos, digamos que mis dos amigas y yo estamos en el club de mujeres buscando novio. No es que tengamos poco que hacer, es solo que a veces necesitamos nuestras distracciones. Si me pongo a ver he pasado demasiado tiempo de mi vida con ellas y ya empiezo a sentir la necesidad de estar con un buen hombre. Todas nos graduamos el mismo año, en la misma Universidad pública del estado de Mérida en Venezuela, pero nos graduamos en diferentes carreras. Sofía es abogada y Amelia es contadora. Estar graduadas y no tener una pareja estable es preocupante porque cada vez más nos acercamos a la vejez. Definitivamente en este pueblo de Pavía debería haber más hombres solteros o ajustados a nuestras necesidades.

Que nos distraigan lo suficiente, que nos saquen a bailar, que estén al tanto de nosotras, que nos protejan, en fin, que nos hagan disfrutar un poco más, alejándonos de nuestra cotidianidad.

Principalmente yo necesito distraerme. Me estoy volviendo paranoica. He empezado a tener sueños desde que todas fuimos a esa loca vidente, bruja o qué sé yo, ¿si es bruja o vidente? No sé la distinción entre ambas. A mí me parecen lo mismo, pero lo que sí tengo que admitir es que tuve un lapso de locura al acceder a ir a ese lugar tenebroso, donde las que dicen llamarse mis amigas me llevaron para consultar el futuro como si yo creyera en eso.

Seguiré practicando mi sonrisa algo hipócrita frente al espejo, ya saben, uno debe implantar cierta imagen ante la gente.

¿Buscar novio con una vidente? Solo a ellas se les ocurre. Se creen todo, hasta en ese estúpido anuncio de periódico que hablaba sobre los magníficos poderes de esa loca mujer.

Si la brujería o la videncia fueran tan eficientes, entonces existiría una escuela o universidad para aprender esas artes. Sería una buena opción, muy al estilo de la película de Harry Potter, que por cierto me fascinó. Sería excelente poder hacerme para mi solita un chico con algo de cerebro y sentido del humor —empecé a reírme y a negar con la cabeza— definitivamente los años de amistad con Sofía me han afectado seriamente el cerebro.

—¡Por Dios! —dije mirando el reloj— Se me hizo bastante tarde, tengo una conferencia nacional sobre psicología muy importante y por andar pensando en tonterías me he retrasado.

Miré al espejo sonriendo y pensando:

Creo que esta cara es muy parecida a la mía, no me agrada estar sin maquillaje, buscaré qué ponerme. Necesito… muchísimo maquillaje, ¡pero con urgencia! Quiero verme un poco más llamativa e interesante.

Mientras elegía mi atuendo recordé que no había comido absolutamente nada. Hecho curioso que me hace preguntar: ¿Por qué engordo? Debo pasarme horas en el gimnasio, sudando como cerdo; el hecho me confunde.

Eso sí, algo que me motiva a seguir yendo es poder ver el espectáculo de hombres con brazos, culos y piernas voluminosas, aunque creo que con poco cerebro. Pero el motivo más importante es mantener mi cuerpo, que en realidad sí está firme. Eso de que diga y piense que estoy flácida son solo exageraciones mías.

—¿Qué mujer está conforme con su cuerpo? ¡Yo, no! Y estoy segura de que no me encuentro sola en el mundo— susurré. Naaa. Ese es un gran detalle con el que ya me acostumbré a vivir.

Pensando de nuevo en el detalle de los hombres sudando en un gimnasio. Mujeres como yo, que vamos a ejercitar la vista y el cuerpo en esos lugares, nos deleitamos viendo esos cuerpos fuertes y perfectos. Pero luego terminamos decepcionadas al escucharlos hablar. ¡Sí, es increíble! Los hombres de hoy no hacen más que hablar del próximo clásico Real Madrid – Barcelona, o de cuándo jugarán los Leones del Caracas con Magallanes. La verdad, es que es bueno de vez en cuando que le pregunten a uno ¿cómo te sientes? O ¿qué quieres hacer esta noche?

Solté una carcajada.

Sí, definitivamente sin ser tan criticona me doy cuenta de que los hombres entre más volumen corporal, menos cerebro.

—Angi eres una mujer insoportable, con desorden de personalidad —susurré y ups, estúpido gancho de ropa casi me deja ciega.

Supongo que pedir un hombre hermoso sería demasiado; con algo de músculos, arrogancia, decisión y cerebro, ¿no? Creo que estoy pidiendo un milagro. Los milagros existen ¿Cierto?

¡Dios, necesito convivir más que con pacientes o con mis amigas! Empiezo a hablar demasiado conmigo misma y eso es deprimente. Mejor me doy una ducha y me visto. Si no, jamás llegaré a esa conferencia donde espero que ninguno de esos vejestorios, llámense hombres muy inteligentes de setenta años, no se me peguen como chicle y terminen haciendo que me vaya del lugar antes de tiempo.

—Angi, te equivocaste de carrera definitivamente —le sonreí al espejo colocándome por encima un vestido negro—, debiste estudiar otra cosa que no te hiciera más inteligente que las demás y tan inconforme.

Solté otra carcajada. Bueno, no soy tan irónica; es un hecho que critico tanto lo bueno como lo malo.

 —Estúpido vestido —susurré al ver que me quedaba grande— Al parecer el gimnasio está haciendo sus efectos.

De nuevo volví al clóset para seguir buscando algo decente que ponerme. Normalmente uso ropa deportiva y sólo me visto bien para este tipo de conferencias. Nada más cómodo que unos buenos jeans y tenis, la gran mayoría pensaría que soy una psicóloga de puro papel ya que, a decir verdad, mi apariencia no le da mucha seriedad al asunto. Pero una vez que me conocen terminan haciéndome la vida cuadritos, porque no me dejan en paz con sus problemas del tamaño de un vaso de agua.

—¡Listo! —susurré.

Saqué tres vestidos más, colocándolos sobre la cama, ¡definitivamente uno de esos condenados me lo pondría al salir del baño! Ya estaba cansada de revisar mi clóset y si seguía así llegaría mañana a la conferencia.

—Mejor me voy a bañar es demasiada la insistencia por verme bella el día de hoy. No creo tener la suerte de conseguirme un novio dentro de mis parámetros en ese lugar —sonreí al espejo mostrando mis perfectos dientes blancos y notando que, por el frío del clima, mis mejillas se habían puesto un poco sonrojadas— No soy nada fea —me acaricié la mejilla y observé mis ojos verdes—, son sólo exageraciones mías, me encantaría saber por qué debo esperar tanto a que la vida me dé un buen hombre —suspiré—. No sé ni para qué digo en voz alta todo esto. Como si alguien fuese a cumplirme el milagro —sonreí—. Mejor te bañas, Angi, y dejas de pensar estupideces como niña de quince años —susurré.

Ponte a trabajar porque nadie vendrá a preguntarte qué te hace falta en casa o qué no.

Tomé la toalla y caminé al baño para darme una buena ducha con agua caliente. Sin pensar que esa sería la última vez que mi vida estaría ordinariamente tranquila.

Kassfinol

Escritora de novelas románticas paranormales y libros de terror

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