Libro 1: Serie Invocación – Entre el Infierno y la tierra – Capítulo 10

Capítulo 10 (Angineé)

Al llegar a casa me preparé algo de comer. Fantástico, ahora que lo vi por primera vez, frente a frente, a la luz de la realidad, ya no aparecerá más en mis sueños.

—¡Que tonto es! No recuerdo su nombre. Ah, sí, Lonhard. Me cree tan inocente como para creer todo lo que me dijo, sobre todo la parte donde me explicó lo de Lucifer, sobre esa carta que escribió el demonio donde hablaba de mí.

¡Dios mío, ayúdame! ¿En qué me había metido Sofía?

—Para colmo Amelia ni siquiera estaba en el país, tampoco le hablaré a Sofía, así que no tengo con quien hablar. No tiene sentido llamar a Sofía para restregarle de nuevo cómo me arruinó la vida.

Caminé molesta hacia la puerta principal. Verifiqué que los cerrojos estaban abiertos, así que los cerré, me senté sobre el sofá, encendí el televisor y sintonicé el canal de las noticias para despejar la mente. Es un alivio ver los problemas que padecen los demás mortales, así me olvido de los míos —sonreí— Soy irónica, tengo que admitirlo, pero así somos la gran mayoría de los psicólogos.

Cambié varios canales y prácticamente estaban transmitiendo la misma noticia.

“Un hombre alto, vestido de negro, con máscara y largos cuernos, roba banco principal de Pavía. Más de quinientos millones de bolívares sustrajo el bandido para luego, desaparecer frente a las cámaras de seguridad según los guardias. Al parecer lo mismo ha ocurrido en otras ciudades del país con el mismo modus operandi, informaron fuentes policiales, las autoridades están consternadas”.

La policía manejaba una hipótesis donde explican que se trataba de una misma banda, bien organizada, diseminada por el país. Esta madrugada cinco bancos, en diferentes ciudades del país, fueron asaltados. Se estimaba que los montos de las pérdidas bancarias pasaban los cinco mil millones de bolívares; las alarmas no fueron activadas en ningún momento. El autor del delito se trataba siempre del mismo, un sólo hombre con la misma ropa y cuernos. Las cámaras sólo lograron capturar imágenes borrosas por una especie de humo que envolvía al sujeto. Eso mostraba el video.

Apagué el televisor.

¡Desgraciado mentiroso! Con que millonario. Ha desfalcado a casi todos los bancos importantes del país. Apenas se han salvado las entidades bancarias que él no ha tenido tiempo de investigar.

—Bastardo —me quejé en voz alta. Me molestaba la mentira.

 Pero, ¿Para qué mentirme? ¿Acaso importa lo que yo pueda pensar de él? Sin embargo, él sólo quiere matarme.

—Aunque debo admitir, mi buen Dios —murmuré mirando hacia el techo, sonriendo—, que el condenado sabe cómo vestirse, tiene buen gusto —terminé sonriendo por mis locas afirmaciones.

—¡Pobre! —exclamé, casi sin darme cuenta.

Decidió desaparecer los cuernos, eran muy largos según recuerdo en mis sueños. Me da un poco de lástima, supongo que debió dolerle mucho, así como me lo hizo saber. Pero ¿Por qué hacerlo? ¿Por qué pretende verse normal ante mí? Él fácilmente puede aparecer delante de mí con su real apariencia cuando yo me encuentre sola.

¿Por otro lado, si tanto me buscó cómo es que se fue sin decir nada? Sin ningún motivo él decidió marcharse, quizá se decepcionó, aunque yo fui una mal educada.

Si, tal vez también fue eso. Pero, ¿por qué debería importarme? Tal vez un día se vaya de mi vida y me deje en paz. Ojalá y ese asunto de la bruja, clarividente o lo que sea, se termine ahora mismo.

Empezaron a tocar la puerta.

Esperaba que no fuese Sofí porque juro que le cerraré la puerta en la cara.

Me lo agradecerás. —recordé las palabras de Sofía mientras caminaba hacia la puerta.

 —Sí, ¡cómo no! Agradecida con toda el alma no más estoy, mentirosa desgraciada —susurré.

Abrí la puerta cometiendo el error de no mirar antes de abrirla. Sentí como la sangre se alejaba de mi rostro, dejando de latir mi corazón. Frente a mí estaba Lonhard, sonriente, erguido. Sabía que no se iría antes de hablar conmigo así que le abrí la puerta.

Él disipó mis pensamientos diciéndome:

 —¿Tan feo y abominable te parezco? —enfoqué mi mirada en su rostro, tenía esa sonrisa tan característica suya, parecía brillarle el rostro cuando lo hacía.

—No, no —tartamudeé e hice silencio inmediatamente. Me maldije por tartamudear, fui muy evidente.

No puede ser —pensé.

—En realidad eres espantoso y no eres bienvenido en mi casa —le mentí.

—Déjame entrar, por favor —me rogó mirándome, acercándose a mí, y que Dios me ayude, parecía querer olerme. Él hacía que mi piel se erizara por completo.

Di dos pasos hacia atrás preguntándole con molestia:

—¿Por qué te dejaría entrar? ¿Para qué?

—Respuestas —contestó. Hizo una pausa y prosiguió diciéndome:

—Te doy mi palabra que no te haré daño —dijo poniendo cara de solemnidad, eso no me lo esperaba.

¡Suspiré!

Por Dios, suspiré —pensé. Me maldije de nuevo por haberlo hecho, él seguramente escuchó cuando lo hice. Lo miré y estaba sonriendo.

—La respuesta a esa pregunta que te estás formulando es… sí, escuché claramente. Debo suponer que es mi pase para entrar a tu bonito apartamento —dijo aprovechando su estatura y mirando hacia dentro del apartamento.

Cerré mi boca, estaba consciente de que nada lógico saldría de ella. Lo miré seria, me di la vuelta y sin decir una sola palabra me aparté de la puerta para que pudiera entrar.

—Siéntate —señalé el sofá.

Él se sentó en el lugar que le indiqué, yo quedé sentada a su derecha, en el mueble más pequeño y cómodo de la casa, cerca al sofá: así no estaría tan cerca de él. Igual debía tener algún espacio libre por si debía salir corriendo a través de la puerta principal.

Por unos segundos me enfoqué en observarlo, él llenaba todo el espacio con su imponente presencia. Observé su rostro y sin más, volví a suspirar un:

—¡Qué me jodan! —Fue lo suficientemente audible esta vez, pero lo había hecho a propósito. Él me miró y me guiñó un ojo, luego sonrió y escurrió su mirada por todo el recinto.

Detalló el largo pasillo que daba a los cuartos, las bonitas cortinas color crema, luego observó la cocina que se podía ver desde la sala. Parecía que mentalmente estaba aprobando todo lo que veía.

Ni que se tratara de un inquilino que va a rentar mi casa, ¿por qué soportar una posible crítica acerca de mi entorno? —pensé y fruncí el ceño, me incomodaba un poco la manera en la que observaba todo con tanto detalle.

Al ver que no decía palabra alguna sólo me limité a decirle:

—¿Por dónde empezamos?

Kassfinol

Escritora de novelas románticas paranormales y libros de terror

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