Libro 1: Serie Invocación – Entre el Infierno y la tierra – Capítulo 11

Capítulo 11 (Lonhard)

¡Mierda! Qué dolor tan grande siento en mis pulmones cuando empiezan a funcionar. Todo el departamento huele a jazmín, igual que ella, igual que todo su hermoso cuerpo. ¡Qué escultural cuerpo tiene esta mujer! —pensé— y luego me reclamé a mí mismo para dejar de pensar estupideces.

El lugar es colorido, ordenado, con buen gusto. Supongo que su vida era así, ordenada, todo en su sitio y yo aquí, jodiéndole la existencia porque así lo dispuso Lucifer.

Encontrarme sentado en este sofá, tan cerca de ella, era una tortura. Tenerla tan cerca sólo me hacía pensar tenerla encima de mí, para poder olerla. Lo haría toda la noche, estoy seguro de que no me cansaría de hacerlo. Quejarme del dolor de mis pulmones era una tontería, dolía respirar al principio, pero al cabo de un rato sólo quería poder sentir su olor. Me sentía un idiota admitiéndolo.

Me concentré un poco más al observarla y me di cuenta de algo. Era una descarada, en el buen sentido (si es que lo hay). Era evidente que le atraigo, pero ella no se había dado cuenta de ello. Aún los demonios del inframundo jamás observaron con tanta lujuria a un alma humana como ella lo hace cada vez que nos encontramos. Me desea —sonreí.

—¿De qué te ríes? —preguntó Angineé acomodándose en el mueble.

—No lo hago, mujer. Sólo te muestro mis dientes, es decir, sólo sonrío.

—Si tú lo dices. Dime entonces, ¿qué quieres saber? Luego de que tú preguntes y yo responda, entonces pregunto yo, en ese orden. Pero antes prométeme que me dirás la verdad, no eres un ser de este mundo, ya lo entendí y por eso no me fío.

Hay veces en que siento que no la tolero. Los humanos son muy detestables cuando creen tener el control de las situaciones. Arrogantes y directa. Esta mujer no es la excepción, es muy sagaz para ser sólo una humana —pensé.

—Lo prometo —contesté solemnemente, colocando la mano sobre mi pecho, pero sonriendo con picardía.

Angi tenía el rostro rígido. Luego de unos segundos me replicó:

—Es difícil confiar en ti después de aquel teatro que montaste cuando me dijiste que eras millonario. Resultaste ser un bandido, además, terminaste apareciendo en todos los noticieros del país. ¡Qué mentira!

Aquí Angineé señaló algo que no conocía. Sin duda el mundo había evolucionado y todavía no estaba familiarizado con ciertas cosas. Algunas veces me costaba identificar las invenciones nuevas que salieron al mercado, aunque si conocía varios nombres, pero no sabía muy bien qué cosa era cada cosa. Pensar me distrajo y lo último que escuché de Angineé fue:

—En los noticieros informaron que robaste más de siete bancos en menos de dos horas.

Quedé impactado por la noticia y traté de que mi cara no reflejara ninguna impresión. ¡Mierda! ¿Cómo se dieron cuenta, si fui tan rápido y precavido? —pensé. Permanecí en silencio unos segundos y luego le exigí:

—¿Por qué estás tan segura de que fui yo quien robó esos bancos?

—¡Porque te vi con mis propios ojos! Te vi en televisión —aquí nombró al fin el aparato por medio del cual supuestamente logró verme asaltando los bancos, pero no comprendía del todo de qué se trataba.

—Claro, todos creen que fue una banda muy lista, gente profesional. Una banda coordinada con disfraces y equipos especiales. Así lo creen, sólo de esa manera justifican el que hayan robado tantos bancos al mismo tiempo y con la misma indumentaria. Pero yo sé que fuiste tú, vi tus cuernos, como en el sueño. Además, ningún humano se evapora en el aire. Pero tú sí lo puedes hacer. Te vi hacerlo hace unas horas en la calle. La policía cree que usaron algún dispositivo que provocó la distorsión de la imagen en las cámaras de seguridad. ¿Cómo ellos van a saber cómo lo hicieron, si tú no perteneces a este mundo? Pero yo no soy ninguna tonta y pude unir las piezas hasta sacar mis conclusiones. Sin embargo, se te escapó un detalle: quedaste grabado en esas cámaras. Aunque la policía justifica tu espectacular acto de desaparición como un problema de distorsión de imagen.

—¿Grabado? —pregunté atónito. ¿Qué es eso de que quedé grabado? —¿Qué mierda es eso?

Angineé empezó a mirarme de nuevo con cara de pocos amigos. Se me hacía muy fácil ponerla de mal humor.

—¿Por qué pones esa cara? Pues sí, quedaste grabado en las cámaras. ¿Acaso no sabes qué es eso? Sea de día o de noche, si estas bajo su lente no te puedes escapar. Eso se logra con un aparato que se llama cámara digital…

Mientras trataba de explicarme lo del aparato que graba, hizo con sus manos un paréntesis y prosiguió diciendo:

—…estoy segura de que fuiste tú. Tu cara de asombro te delata.

—No creas saber todo de mí —interrumpí atropelladamente, pero ella enseguida añadió:

—Soy psicóloga y puedo leer muy bien el lenguaje corporal. Trabajo con mentirosos como tú todo el tiempo.

El humor de Angineé iba empeorando a medida que hablaba, casi me gritaba.

—Está bien, fui yo. Por alguna razón no me siento a gusto al verme descubierto, no contaba con las cámaras esas que mencionas que estaban dentro del banco —admití.

—¿Por qué te noto inquieto y malhumorado? ¿Acaso te importa lo que piense de ti? Además, eres un ser de oscuridad, se supone que todas las cosas malas te divierten, te agradan, hasta te deben hacer más fuerte.

Angi hablaba con más seguridad, empezó a molestarme verla tomar el control de la conversación, desnudando mi naturaleza. Estaba sonriente, como si se sintiera complacida de haber acertado con sus razonamientos. Ella pensaba que me había dado un golpe bajo al descubrirme, pero aun así no se lo demostré. En otras épocas las mujeres eran más sumisas, más fáciles de intimidar y ver a Angi tan decidida, con una actitud desafiante, me mantenía irritado.

Tomé aire diciéndole:

 —Supongo que está demás que te lo aclare, pero no es como piensas. Esto no me divierte. Soy un demonio, tienes razón, pero antes fui humano; y siglos atrás, los hombres éramos personas honradas. Que te hayas enterado de que cometí ese acto de vandalismo es para mí motivo de vergüenza.

Sin embargo, no era tanto la vergüenza con la sociedad lo que me tenía mal. Me avergonzaba por lo que ella pudiera pensar de mí. El que ella, precisamente ella, estuviera enterada de lo que hice no me hacía sentir cómodo, estaba seguro de que si se tratara de otra mujer no me importaría tanto, ni me sentiría tan extraño.

¡Qué todos los demonios me jodan! No entiendo el por qué me siento así. Ya que por otro lado siempre en el infierno estaba orgulloso de lo que hacía y del cómo lo hacía.

—Ah, ¿sí?  —arrastró la palabra— Entonces si te importo —terminó asegurando airadamente.

—¿Eso crees? No deberías estar tan segura. Hasta los personajes como tú, que estudian el comportamiento humano se podrían equivocar, sin mencionar, además, que no soy humano —le dije con resequedad. Esa mujer me enloquecía, pero no se lo demostraría.

—Sé que te importo porque mientes por mi causa. Te arreglaste la apariencia por mí y hasta robas bancos, porque eso fue lo que te llevó a robar, el querer estar presentable cuando me volvieras a ver. Hasta te deshiciste de esos horrendos cuernos.

Ella ganaba seguridad, lo noté porque iba subiendo cada vez más el tono de voz, como si estuviese orgullosa de su análisis. Pero yo estaba casi hechizado por sus hermosos ojos.

—Tus razonamientos me dan risa —dije para confundirla—. El asunto de los cuernos es lo de menos. Tal vez decidí no seguir asumiendo apariencia demoníaca por razones obvias. Si tengo que compartir este plano con ustedes, los humanos, entonces debo parecer uno de ustedes. Ahí la razón. No seas tan vanidosa, mujer.

Angi sólo se limitó a mirarme. Volvió a suspirar. Se enojó mucho al escuchar lo que le dije porque se le notaba. Ahora yo sonreía. Angineé puso los ojos en blanco y siguió con sus ironías. Tenía un carácter terrible.

—¡Mí honrado, santo e inmaculado Lonhard! Entonces respóndeme la pregunta del millón de dólares. ¿Por qué al morir fuiste al infierno? —aquí sonrió y me mostró una bonita sonrisa, aunque sé que era falsa pues estaba de mal humor, lo emanaba, lo podía oler desde aquí—. ¿Fue un error de papeleo? Todo se unió, traspapelándose y por equivocación te enviaron al infierno —luego de decir esto volvió a sonreír ampliamente, empezaré a pensar que disfruta tratarme mal.

Como era lo común, cuando me tocaban ese tema, terminaba molestándome así que le dije cosas sin pensar, casi gritándole:

—¡Fui al infierno, mujer… —golpeé la mesa, estaba demasiado alterado—… porque asesiné al hombre que violó y asesinó a mi ángel, a mi hermana Elizabeth y, ¿sabes algo? ¡Lo volvería hacer! Una y mil veces más. Jamás me arrepentiré de eso; y por eso, soy lo que soy.

Al yo decir la palabra Ángel noté que no sufrí dolor. Qué extraño. De nuevo me enfoqué en lo que respondió Angi:

—Te entiendo— suspiró mirando hacia el piso—. Disculpa, Lonhard, no quise incomodarte —Ahora Angineé se veía angustiada, apenada, creo que su vergüenza era sincera.

Para desviar la conversación le pregunté como si nada pasara:

—Ahora respóndeme algo. ¿Por qué cada vez que te duermes yo caigo inconsciente? ¿Por qué cada vez que sueñas yo término soñando el mismo sueño contigo? ¿Sabes la respuesta a ese misterio?

—¿Quieres la verdad? No creo que te agrade escucharla.

—Sí, dímela, lo que sea, dime todo lo que sabes.

—A decir verdad, todo comenzó cuando fuimos mis amigas y yo a casa de una vidente, bruja o algo parecido. Se suponía que ella nos diría quiénes serían nuestros esposos. Todo empezó por diversión o curiosidad, pero desde ese día, las tres, empezamos a tener esas horribles pesadillas. Te hablo de Amelia, de Sofía y de mí. Bueno —hizo una pausa—, no es que esté segura que Amelia esté pasando por lo mismo, pero lo asumo. Ellas son mis mejores amigas y fuimos a casa de esa mujer. Cuando te hablo de mis pesadillas te hablo de ti, tú apareces en ellas todo el tiempo… ¡No te ofendas!

 Obviando el sarcasmo que inyectó en lo último que mencionó, preferí preguntarle arqueando una ceja para que se diera cuenta que su comentario sarcástico no me había afectado.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que fuiste a casa de esa bruja?

—Seis semanas, unos días más, creo, no recuerdo muy bien. Ahora me cuesta diferenciar la realidad de un sueño. Incluso ahora estoy hablando con un demonio encarnado o lo que sea que seas tú y no lo puedo creer. El tiempo lo tengo muy disperso, es difícil saber con exactitud.

Ella parecía confundida. Sin querer me le acerqué, quería detallarla un poco más. Era una mujer hermosa. Su cabello lo llevaba recogido, tenía ropa cómoda de algodón, muy sencilla y el olor a jazmín me empezaba a volver loco. Cuando la tenía cerca sentía que no podía gobernar mi cuerpo.

De repente ella notó mi acercamiento y se alejó. Sólo sonreí, supongo que me temía. ¿Y quién no? Soy un demonio, como ella misma lo acababa de decir hace unos minutos.

Caí en cuenta de algo:

—Bella mujer ¿Puedo pedirte un favor?

Angi se sonó la garganta, se mostraba algo confundida.

—Sí, dime.

—¿Puedes darme algo de comer? —sé que puedo respirar cerca de ella, pero también quería saber si todo lo que decía esa carta era cierto. Debía saber si podía comer y hasta qué punto dependía de ella. Entonces, así decidir si podría o no asesinarla, no quería depender de ella por toda mi jodida existencia.

Su reacción fue de asombro, eso era lo que me esperaba, pero luego de unos segundos asintió. Se levantó del mueble, señalándome que caminara hacia donde ella me indicaba. Terminamos en su cocina, se veía desde la sala, pero las cosas estaban bastante cambiadas. Debía ambientarme a estos tiempos.

Estando en la cocina, observé cómo ella cortaba algunas verduras y metió en un aparato un animal despresado, vi que estaba congelado, pero a los minutos salió descongelado, notaba la piel del animal un poco rosada. No logré ver qué animal era.

—Esto es un microondas, descongela los alimentos —me aclaró al ver mi cara de asombro.

—Ah, entiendo. Conozco muchos términos, pero no sé qué es cada cosa, aunque sí sé, más o menos, para qué se utilizan. Ya sabes, quinientos años en el infierno. Comprenderás que allí no se utiliza nada de esto. Y tampoco es que se hable mucho con las almas humanas.

Angi sonrió, pero de repente algo la puso incómoda.

Qué estúpido fui. Le había recordado lo que yo era, un demonio. Me maldije por no saber discernir cuándo no hablar de manera tan espontánea.

Permanecimos un rato en silencio. De repente un olor agradable impregnó el recinto. Yo sólo quería probar alguna textura, saborear algo que permaneciera en mi estómago y que no terminara vomitándolo, sentía mucha hambre.

En lo que fueron unos diez minutos más de silencio le pregunté:

—¿Crees que deberíamos ser novios o somos novios ya? —¡Y que el diablo me joda! Pero quería saber la respuesta. Necesitaba saber si estaba conforme con todo esto que apenas comenzaba a entender.

Traté de organizar bien las ideas recordando lo que Angi me había dicho. Ella fue con sus amigas a casa de la bruja en busca de un novio. Desde ese día empezó a soñar conmigo. Al mismo tiempo Lucifer con esa carta hizo algo para que yo dependiera de ella. Conclusiones: algo nos conecta. Así que, debía empezar a hacer preguntas correctas si quería saber las respuestas que me convenían.

 Ella se dio la media vuelta en cuestión de segundos y me dijo con rabia:

—No juegues. No eres mi novio, primero que nada. Pienso que no deberías jugar como si esta situación fuera lo más normal del mundo. No sé qué hizo esa bruja, pero lo que sí sé es que deberíamos ir juntos a disolver todo. Yo me quejaba por mi soledad y ahora lo que deseo es estar sola. Jamás tendría como pareja a alguien como tú. Es una locura, no sé si esto está pasando o si es real. Nadie me lo creería —ella ni respiró al decirme todo eso.

Escucharla hizo que mis cuernos dolieran. Estos empezaron a crecer con una rapidez que me dejó asombrado, con el reflejo de uno de los estantes de vidrio de la cocina me di cuenta de que mis ojos estaban totalmente negros. Me levanté inmediatamente de la silla. Todo pasó muy rápido, pero lo peor de todo fue ver a Angineé temblando, estaba blanca como un papel. Olía a miedo en aquella habitación.

Verla así lo cambió todo.

¡Por el infierno, la asusté! Qué animal soy —me critiqué.

Mi voz se tornó ronca, había cambiado. Comenzaba la transformación, pero antes de cambiar completamente le hablé:

—¡Indícame dónde está el baño, ya! —Y que me vuelvan a joder. Esas no fueron palabras dulces ni ayudarían a calmarla. Luego de unos segundos de silencio y de ver que la palidez de Angineé aumentaba, le pedí:

—Por favor, Mujer, no te asustes. Dime, ¿dónde está el baño?

Ella pareció salir de su trance y me indicó con la mano. Me dispuse a entrar con velocidad. Necesitaba calmarme, quería que ella me dejara de ver así. Al querer pasar el umbral de la puerta tuve que agachar la cabeza porque los cuernos estaban totalmente formados. Cerré la puerta y una vez adentro intenté calmarme. Abrí el grifo del lavamanos y empecé a mojarme la cara, mi cuerpo estaba demasiado caliente, pero poco a poco mis músculos empezaron a relajarse.

¡Qué idiota soy, la asusté! ¡Qué cagada la mía! Pero, ¿qué me pasó? Ella no tiene intenciones de entregarse a mí, no sé por qué me molesta tanto su rechazo.

—¿Será mía?

Maldición, espero no lo sea. Es sólo una humana, ella morirá, no puedo enamorarme. No, no, eso no puedo permitirlo. Si me llego a enamorar de ella, tarde o temprano, morirá y estaré condenado a vivir por siempre sin ella. A esto se refería Lucifer, supongo. Amar es una maldición.

—Deja de cuestionarte con esas estupideces. ¿Qué son todas esas preguntas absurdas? —susurré tomando aire audiblemente para calmarme más rápido.

Es correcto lo que pide Angi, debemos disolver todo esto. Por lo menos buscar a esa bruja para que interprete mi carta. No sé. Que mire el puto futuro para ver qué pasará o por lo menos que me diga si debo matarla o dejarla vivir, para vivir mi vida en paz en este plano.

—Todo esto está mal —me quejé y me provocó partir el espejo que tenía frente a mí con mi puño. Tenía demasiadas sensaciones juntas dentro de mí. Me miré al espejo, reconsiderando la situación. Mis ojos empezaban a tomar su color natural, pero tenía el corazón a mil por hora y su rostro no dejaba de darme vueltas en mi cabeza.

Permitir enamorarme de esta mujer era un imposible. Es hermosa, pero mortal, su cuerpo no es compatible con el mío. Sé que es la mujer perfecta dentro de mis parámetros: tiene carácter, arrogancia y testarudez; sencillamente digna de un hombre con principios como los míos. Si fuera humano no dudaría en pelearme a muerte con otro hombre por ella.

Pero eres un demonio inmortal ¡así que aterriza! —me llegó este pensamiento y guardé silencio.

Infeliz Lucifer —pensé tratando de ahuyentar todos esos pensamientos de pareja y cursilerías humanas— Esto me olía a una jugada muy bien pensada por ese desgraciado, así es como él acostumbra divertirse, con engaños, intrigas y trampas.

Lo peor de todo esto es que lo conozco bien. Él jamás pierde una sola oportunidad para divertirse. Y siempre, siempre, se salía con la suya, al menos, por largos periodos de tiempo.

Kassfinol

Escritora de novelas románticas paranormales y libros de terror

Si quieres tener este libro en papel o kindle puedes conseguirlo en:

Si este capítulo te gustó, por favor comparte para que más lectores puedan conocer esta historia ¡Te lo agradezco!